Educar para el dolor o cómo reaprender a sentir

 en Marco Antonio González

Marco Antonio González Villa*

Es una necesidad, social obviamente. Es un hecho que la falta de sensibilidad es uno de los principales factores que ha permeado el tejido social y ha llevado a diferentes personas a actuar de una manera agresiva con los otros. Es un hecho que resulta interesante, no sólo por el impacto negativo que ha traído para todos, sino porque pareciera ser un hecho que marcaría no un avance en el desarrollo de las personas, sino un claro retroceso.
Cuando uno se mete al mundo de las redes sociales, en ocasiones encuentramos videos en los que vemos a niños pequeños, de entre uno y dos años, de diferentes culturas, en los que, cuando mira sufrir a su mamá, lo que comúnmente es fingido o actuado en la grabación, vemos a un niño que llora y tiende a proteger a su madre. También hemos visto videos en los que diferentes niños y hermanos mayores, tienden a proteger, cuidar o alimentar a sus hermanos pequeños cuando están sufriendo o también hemos podido ver a menores protegiendo a animales cuando se encuentran en una situación de sufrimiento o dolor. Esta situación nos lleva a establecer que, de nacimiento, tenemos una inclinación a proteger a aquellos que presentan una condición de vulnerabilidad. Surge entonces una inquietud ¿en qué momento, entonces, o qué hacemos como sociedad para que esta forma de actuar se pierda?
Es claro que el dolor de los que queremos también se vuelve nuestro dolor, así como también es común que nos conectemos con aquellos que sufren lo mismo que hemos sufrido o con los que viven nuestros peores temores, como sufrir una enfermedad o accidente de muchas gravedad o perder a un ser querido; no importa si es una historia real o ficticia. Pero, lamentablemente, son pocas las personas que pueden conectarse, empatizar o entender el sufrimiento de aquellos con los que no se encuentran puntos o elementos en común. Aunado a lo anterior, sería arriesgado plantearlo como una ley o una teoría, pero los hechos muestran que en muchas familias se generan escenarios de desensibilización que van favoreciendo la lejanía de los unos con los otros, por lo que se pierde el sentido del respeto o la valoración de los demás, lo que favorece no tener el menor interés por la vida y circunstancias ajenas. Por eso, robar, violar, explotar o matar, otros develan la pérdida, el retroceso en la sensibilidad por el sufrimiento del otro, por ende, se minimiza o nulifica su ser. Los otros así, dejan de ser importantes.
Debido a ello, como sociedad, en la familia y la escuela, durante los primeros años principalmente, estamos obligados a educar para sensibilizar ante el dolor, o bien, fomentar que no se pierda este sentido ético de proteger y ayudar a los que se encuentran sufriendo. Eduquemos pues para lo importante, lo necesitamos.

*Maestro en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. antonio.gonzalez@ired.unam.mx

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