Violencia mexicana

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

La violencia mexicana es endémica. Pasarán muchas generaciones para que vuelva la paz y el respeto. El origen está en la miseria y la ignorancia que muchos malos gobiernos han fomentado con displicencia y que la sociedad civil ha asimilado con goteros e inyecciones intravenosas.
A nadie le extraña que a un padre de familia lo encañonen en los tacos, le saquen la cartera, el teléfono celular y las llaves del coche. Los comensales observan la escena con miedo y alegría secreta: no les tocó a ellos. Apenas se van los ladrones, todos vuelven a los tacos, al agua de horchata y la conversación de sobremesa.
Nuestra policía no gana lo suficiente. Es fácil que caigan en tentaciones. La solución no está en ellos sino en el sistema de seguridad que no garantiza poder salir a la calle. Criminales coludidos o que están mejor organizados, con mayor armamento y recursos. Policías decorativos o corruptos, nadie sabe qué es peor.
Los padres educan a sus hijos para ser gandallas. “Pega primero”, “háztelo fácil”, “el que no transa, no avanza”. Los educan con el ejemplo y otros aforismos de una sociedad caníbal donde el grande se come al chico, el influyente goza de privilegios, el “junior” se burla de todos. Y el que tiene carencias, arremete bajo el paradigma de una revancha aprendida. Justificada por la falta de oportunidades, la injusticia social, el maestro de Secundaria que no enseñó cabalmente el álgebra (ni los acentos ni la cultura cívica).
La violencia comienza con la tasa de interés de las tarjetas bancarias, el ingreso percápita enano, la cola en la farmacia (los patanes que atienden en la farmacia), las calles mal orientadas (y mal barridas y mal pavimentadas)… El nuestro es un paraíso del caos. Vecinos que no respetan la cochera del otro, niños que lloran en el cine, camiones que recogen el pasaje a media avenida… No es el país del surrealismo, como creyó Breton, sino del “subrealismo”: la realidad no alcanza. Vivimos en el submundo. La violencia sólo es mayor en un país en estado de guerra.
Basura y fealdad. Ciudades creciendo por generación espontánea, sin nadie que las diseñe o delimite. Casas que se derrumban para hacer edificios y centros comerciales (condenados al comercio de churritos y fritangas), pañales sucios en la banqueta, grafiti con versos cursis de grupos norteños, puestos de tripas, misceláneas de franquicia, camiones que riegan sus escapes estridentes frente a hospitales, coches en sentido contrario, ratas aplastadas bajo ratas prolíficas, cacas de paloma, estatuas decapitadas, camellones de tierra pisoteada, luminarias públicas fundidas, calles que cambian de nombre cada dos cuadras, semáforos sincronizados para el alto, violadores que visitan escuelas, escuelas sin clases, cantinas a dos cuadras, casas del Infonavit, parques que son nido de traficantes… Confusión. Violencia. Barbarie.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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