Uñas

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Las uñas nos sirven para rascarnos. De las espléndidas armas anatómicas que fueron las garras, hoy sólo nos quedan tristes sucedáneos que las mujeres adornan como confetis de ornato.
Y ya es mucho. Unas uñas bonitas son un desfiladero para el amor. Significan cuidado y evolución. La industria de la belleza ofrece prótesis eficaces que simulan la naturalidad mediante plástico derretido y barnices brillantes. No es difícil que una mujer adquiera unas uñas perfectas; como toda impostación, lo difícil es conservarlas después de las tareas cotidianas. Basta el jabón para su perjuicio. Las manos activas son enemigas de las uñas perfectas. Por eso las uñas expresan como pocas cosas los hábitos de su poseedor.
Las uñas mordidas declaran una obsesión. La pasión de alguien por comprenderse a sí mismo, pese a la mugre que las uñas conservan y la fealdad que demuestra su maltrato. Hay quien no para hasta arrancárselas completamente. Lo único que previene esta manía es el Prozac y la poesía bucólica.
Las uñas del arriero son gruesas y afanosas. Continuidad de la tierra y la semilla. Son uñas de intemperie, tal vez como deben ser. Las uñas de los niños muestran lúnulas perfectas y sanas; uñas que no se han enfrentado aún al mundo. Esas uñas no admiten una lectura de su destino. Sólo les cabe la plastilina y los mocos.
La mortificación enferma a las uñas. Son susceptibles de albergar hongos. Evidencia de esto es el color amarillento y el crecimiento anómalo y quebradizo.
La mugre es amiga inseparable de las uñas. Las bacterias las colonizan por el hecho de agarrar las cosas, resultado inevitable de la actividad de vivir. Existe un aforismo que lo recuerda: “son uña y mugre”. Se refiere a la amistad entre dos seres cuya relación es simbiótica.
Las uñas sirven también para despegar calcomanías. Para exprimir espinillas. Para infligir garnuchos en lóbulos ajenos. Sirven para arañar a otros y para pellizcar, atendiendo al origen atávico que las perpetúa.
Una uña enterrada es un reto a la infección. Los diabéticos les han declarado la guerra y asisten a manicuras prodigiosas, cuyas especialistas cumplen una función poco valorada: la de fomentar el afecto a través de los saludos. Las uñas amoratadas, mordidas o sucias evitan la cordialidad y generan desconfianza. En un mundo sin virtudes ni aprecio hacia los otros, las uñas son embajadoras de la democracia.
Pero, sobre todo, las uñas sirven para llevar el ritmo de las canciones. Es lo único que acaso todavía las justifica.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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