Un día sin padre (programa “hoy no circula”)

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

El programa “un día sin padre” alcanza para actos de contrición colectiva: la orfandad permite la autocrítica y el análisis.
La historia de la humanidad está poblada de progenitores: Adán representa la torpeza conyugal y la traición a la deidad. Nuestro primer padre fue un pelele. Su ejemplo es el de un hombre sin convicciones.
Los padres de la Nación son seres de dudas y fiesta. Hidalgo perdió la guerra por un capricho: decidió no atacar la capital cuando la insurgencia tenía el momento anímico a su favor. Fue aprehendido y decapitado. Los rebeldes continuaron la lucha once años más, como pollos sin cabeza. Si Hidalgo hubiera sido más serio, se habrían salvado muchas vidas y la independencia se podría haber pactado.
Casi siempre, la paternidad es una chiripa. Una condición fortuita que el destino se encarga de dimensionar. Si Esquilo hubiera comprendido que sería el padre de la tragedia, habría cambiado su muerte por una muerte de hospital: murió cuando una tortuga (soltada por un águila) le cayó en la cabeza. Además de la tragedia, se convirtió en el padre de la muerte ridícula.
La paternidad goza de un prestigio fomentado por madres cuyos hijos bastardos se benefician con el agasajo. La adopción es un simulacro inspirado por la conveniencia de alguien sin principios.
En nuestro país no merece un día fijo. Oscila los domingos como limosnero entre los templos. Se asocia al futbol dominguero y al aburrimiento familiar. Cae en junio para tener el pretexto de la lluvia.
Ser padre es merecer la condena del canon. “Eres igualito a tu padre”, dicen las madres resentidas. La nariz aguileña, la costumbre del trago, la predisposición para el albur… El padre es el culpable original de los malos hábitos. El tema del interminable psicoanálisis. El síntoma de la alopecia, la gastritis, el adulterio.
Un buen padre es un hombre distante. El que sólo se acerca para curar. Para sacar del atolladero y para aconsejar.
Ricky Martin sólo cabe en una cultura exótica donde el traje de charro es decorativo. En un país donde se tiran balazos al aire para demostrar cuánta dicha cabe, el padre nacional se forja en la lejanía y el temor natural con el que Layo obedeció a las profecías. Vigila. Orienta. Pone el ejemplo.
Un día sin padre es un día sin leyes. Sin brújula ni sextante. Sin faro ni remos. Navegación al garete, al vaivén de la corriente.
Doscientos años sin padre es un récord. Los hermanos no dialogan ni acuerdan. Se matan con la quijada de un asno (animal simbólico, mitológico, en México). El programa no abastece la concordia. Sin un padre definido, circula nuestra historia como paloma sin cerebelo: en vuelo eterno hacia ninguna parte.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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