Teléfonos

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Como extensión de las personas, los teléfonos celulares agrandan (exaltan, agudizan, potencian) los sentidos de la vista y la audición.
Gracias a esa tecnología milagrosa, podemos ver y oír cosas que de otra manera resultarían imposibles. Al menos de forma inmediata. Hoy por hoy, es posible entablar una entrevista cara a cara, en tiempo real, entre dos personas que viven en Sídney y en Tepatitlán. Reproducir un mensaje o ver una imagen instantánea a mil kilómetros de distancia.
El hecho provoca múltiples repercusiones. Acerca a la gente y aleja la privacidad. Las horas de trabajo se han expandido pero el “Home office” permite laborar en piyama, sin abandonar la cocina de la casa.
La privación de uno de esos aparatos constituye una verdadera mutilación. Condena a los adolescentes a la soledad y la segregación de su grupo de pertenencia. Impide los negocios, afecta la salud conyugal y, en general, retrasa una información urgente.
El vértigo del mundo en que vivimos pasa por el teléfono celular. Enviamos y recibimos mensajes con la facilidad de la costumbre. Sin reparar demasiado en ello. La velocidad obliga construcciones lingüísticas simples. Breves. A veces ideográficas: un emoticono, una apócope, un “sticker” sin mayor remate.
Nunca se prestigió más el refrán “una imagen dice más que mil palabras”. Es paradójico que un artefacto construido para hablar se especialice en evitarlo.
El teléfono también ofrece estatus. Unas marcas resultan más pretendibles que otras. Comoquiera, parece un mal necesario. Lo que al principio pareció una petulancia de acomplejados, hoy casi no existe alguien que se niegue a cargarlo. Se ofrecen equipos en una amplia variedad de precios y pericias técnicas. Especializados en fotografía y video, en almacenaje de música… Y además sirven para hablar.
Se trata de computadoras portátiles que cumplen la función de un reloj despertador, calculadora científica, brújula ultra precisa, banca móvil, ficha médica, orientador GPS…
Poseedores de nuestra identidad, los teléfonos celulares interactúan con nosotros. Nos hablan. Nos recuerdan la agenda y nos sugieren canciones y películas para el ejercicio planificado del ocio.
Son asistentes, grabadores, noticieros, consolas de juego y cajeros para el pago de los servicios. Hasta permiten encender y apagar remotamente las luces de la casa.
Juguetes caros e indispensables, su inclusión en nuestra rutina cotidiana, ha modificado nuestras relaciones interpersonales, nuestro capital intelectual (contiene el archivo de lo que sabemos y husmeamos) y la manera como entendemos el mundo.
Lo que sigue es un chip subcutáneo que nos garantizará sus funciones, pero nos evitará la monserga de transportarlo. Entonces seremos locos hablando solos, viendo paisajes marcianos desde donde un familiar nos hará una llamada sin aparato visible. No habrá retorno posible, seremos parte de La Red: su vehículo y destinatario con el albedrío empeñado y las costumbres anticipables.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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