Ser humanos

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Hace mucho que la expresión “ser muy humano” dejó de ser referencia de bondad. Serlo -humano- significa equivocarse, practicar la crueldad u optar por el desprecio en vez de la solidaridad.
Pertenecer a la raza que llegó a la Luna otorga a cada individuo el status de autonomía moral que lo credencializa para hacer lo que le venga en gana: dar una vuelta prohibida, tergiversar una fe, mentir por conveniencia… Cada quien se rige por el criterio de su propia voluntad en un sentido que Nietzstche previó en el siglo XIX: “superhombres” con el “superpoder” de conducirse sin normas ni convenciones.
El individualismo del siglo XXI nos ha llevado al límite de la tolerancia social y el equilibrio natural. Miles de ecosistemas están devastados y no se ve cómo en nuestras sociedades se restablezca la equidad. En un mundo extremadamente polarizado, hay quien tiene un teléfono celular que vale lo mismo que el salario que otro percibe durante un año. Nada tendría de raro si no fuera porque ambos cruzan una misma acera. La delincuencia parte del principio del merecimiento material: todos tienen derecho a un coche, a un reloj, a una computadora. Como se obtenga parece justificarse bajo argumentos subjetivos de la ley del más fuerte, el más aguzado, el más astuto. “Dios, no me des, solo ponme donde hay”, resulta la máxima de la libertad moral en el más dramático de los sentidos. Si a Adán le bastaba estirar la mano para comer el fruto que se le antojara, el Edén contemporáneo ofrece smartphones, pantallas planas, automóviles de un millón de pesos. El paraíso perdido para nuestro “primer padre”, bien vale el riesgo.
Nuestras madres nos señalaron la diferencia del Bien y el Mal con la didáctica del manazo y el pellizco. Hoy las madres sólo distinguen la clave para robarse la señal de internet del vecino a cambio de la cochera para guardar el seminuevo. Las reglas se acuerdan en corto. Los vecinos cierran las calles a la circulación si tienen una fiesta que lo amerite. La señora que acude a un concierto se levanta para aplaudir a su ídolo aunque tape la visión del que está atrás durante todo el recital. Unos quieren levantar muros para que otros no pasen; mientras los otros pasan aunque sea por túneles. El diálogo perdió su prestigio; los acuerdos sólo florecen cuando hay un tercero a quién perjudicar…
La única esperanza para la humanidad está en la educación. Pero eso es mucho tiempo.
Vivir parece un acto de heroísmo secreto que únicamente valoran unos cuántos cercanos. Se requieren convicciones profundas y paciencia. Afrontar la adversidad cotidiana con la conciencia de quien reconoce lo correcto y sostiene una esperanza sin fundamento: algún día todo será mejor.
Mientras tanto, sirve leer poesía. Escuchar rock. Bailar. Reconciliarse con la especie por voluntad propia.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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