Se murió Juanga

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Le asaltó un infarto al corazón a los 66 años, durante una gira por EE.UU. Siendo muy pronto para definir su legado definitivo, resulta contundente su contribución a la música y la cultura popular. Todos cantaron sus canciones; todos imitaron sus rarezas; todos se saben una.
Si José Alfredo Jiménez prestigió la poesía del abandono y la cantina como el cosmos del desencuentro, Juan Gabriel fomentó la ambigüedad de la preferencia y la algarabía melódica. En él todo es pegajoso: encabeza la ontología del Noa-Noa.
“Yo no nací para amar” suena a confesión autobiográfica y a declaración pop. Juan Gabriel demuestra la posibilidad del lirismo con el lenguaje limitado que dan los discos de oro y de platino (si no gustaba a la mayoría, no valía la pena grabarse). Aún así (o por eso). Sus canciones tienen la peculiaridad del verso octosilábico y las rimas pareadas y consonantes que inauguró el castellano del siglo XVI. En este sentido, no es descabellado decir que es heredero de Gutierre de Cetina.
En sus conciertos, el mariachi adquirió una connotación moderna. Los trajes rosados con que entonaron “La diferencia” urbanizaron el tipo de música que hasta antes de Juan Gabriel celebraba sólo escenas bucólicas, trenzas de inocencia y espuelas sobre el empedrado de una tradición superada. Son raras sus canciones que exaltan el nombre y costumbres de una localidad provinciana, tópico que inmortalizó a Pepe Guízar y su legión de autores. Juan Gabriel celebra las emociones, ocurran éstas en San Perico de las Manzanas o en cualquier metrópoli. Su universalidad –condición de toda obra de arte– radica en ofrecer una experiencia vicaria afín a cualquiera. Transita del mariachi a la orquesta sinfónica, del bolero a la canción ranchera o el cuarteto norteño en una estética atemporal. Lo que importa en él es pronunciar una revancha, cantar sin importar si hay trompetas o un requinto de guitarra. Lamentarse y bailar; cantar hasta rasparse el alma.
No hay mexicano que no se sepa alguna. Tararee la melodía o golpetee con el pie “Hasta que te conocí”, lo reconozcan o finjan. Juan Gabriel es la continuación de Agustín Lara, Armando Manzanero o el mencionado José Alfredo Jiménez. Su propuesta musical no se reduce a tríos ni canciones vernáculas ni baladas modernas, pero las incluye a todas. Hasta el góspel.
Reúne distintas características que lo hacen atípico y original. Bandera de comunidades contraculturales, de quinceañeras enamoradas y de divorciados rencorosos, todos prometieron “Te voy a olvidar” y pusieron la pista en reuniones de tonos divergentes para cantar en karaoke con ademanes sugestivos. Gracias a “Inocente pobre amigo” muchos salieron del clóset, sublimaron sus pasiones o practicaron la catarsis de lo obvio. “No me vuelvo a enamorar”, prometieron sin ganas de llevarlo a cabo. En ninguna fiesta memorable faltó al menos una de Juanga.
Las tías solteras, los profesores radicales, las mamás abnegadas, los machos con pistola, las vestidas, los rockeros sin concesiones, los políticos de ultraderecha, los intelectuales con lentes, los niños, las abuelas seniles… Todos se saben una.
“¡Arriba Juárez!” es su grito de guerra, la confesión más honda y sincera que sus feligreses repiten como un mantra en el paroxismo de la tertulia. Amor y desamor, invocación y olvido, venganza y resignación…, es el niño raro que nunca dijo lo evidente. Hizo bailar a los charros y desinhibirse a las mujeres reprimidas. Motivo de burla y admiración, tiene muchos fans y pocos detractores.
“Tarde o temprano estaré contigo para seguir amándonos”, cantó a su madre en una de sus canciones. Y lo cumplió. Tenía que morirse del corazón.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • Nicandro Tavares

    Descripción de el genial DON Juan Gabriel a la perfección. Final de artículo, como para ganar un premio mi querido Jorge Alberto Valencia!!!

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