Sanlunes o la abolición de la tristeza

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

A nadie le gustan los lunes. De acuerdo con nuestra aversión atávica, si los inicios son potestad de los héroes, los reinicios sólo se justifican como una desviación kantiana. La única razón por la que nos levantamos después de un domingo soporífero y un desvelo necio es la conciencia acosadora ante el cumplimiento del deber. Y no todos los lunes.
El “sanlunes” es el mejor invento mexicano, después de los tacos y la devoción a la Guadalupana. Las sábanas resultan más tibias y el despertador menos audible. La semana desfila en los temores de la duermevela como gárgolas hambrientas.
Entre todas sus promesas electorales, ningún candidato ofrece abolir la tristeza. El lunes es el mejor día para sentir todo el peso de la desilusión. La única obra perdurable tiene que ver con la silueta del cuerpo delimitada en el desvencijamiento del colchón. Es lunes; no existe la esperanza.
En vez de manos, mochar días resultaría una promesa más alentadora para quienes la vida nos cuesta una presencia de ocho horas en la oficina, cinco días de la semana, a cambio de una paga razonable, durante cincuenta años. Después de eso, padecer cáncer y despedirse para siempre en unos cuantos meses de inactividad fulminante.
No todos somos Sergio Ramos para hacer del cinismo una virtud. Ni siquiera una tarjeta amarilla le valió desgraciar a un adversario. Cuando un deporte es incapaz de sancionar una jugada como ésa, es un deporte que no merece la expectación. Detrás de una lesión de gravedad artera –que no pasó a mayores por puro milagro– en aras de la competencia, hay muchos millones de euros y una gloria superinflada por el desempeño de una actividad de bárbaros. La razón está del otro lado del triunfo.
El lunes alcanza para la reflexión bajo las sábanas. Mientras el equipo madrileño festeja una banalidad, el egipcio Mohamed Salah encabeza la oración de sus compatriotas para que le alcance el coraje y poder jugar el Mundial.
Peor aún para el portero Loris Karius, cuya torpeza regaló el triunfo de la Champions a los contrarios. Sus errores sólo se explican por un soborno secreto o una increíble sandez (inexplicable para quien juega en un equipo como Liverpool). A diferencia de Salah, sus lágrimas obedecen a la culpa. La anécdota lo catapultará a una carrera de gloria donde olvidará su falencia o a los bares de la expiación en la que sólo se acercará al futbol como aficionado menor.
Los mexicanos no tenemos predisposición para la grandeza. Nos contenta el quinto partido. Prometer algo más suena a eufemismo hiperbólico. En tiempos de campaña electoral, aspirar al triunfo significa mentir con gracia para obtener algo. Juan Carlos Osorio sólo merece la rechifla. Quien resulte presidente, lo será tras una competencia construida con los golpes bajos de la ignominia. Ganar así no tiene virtud.
El lunes alcanza para eso. La tristeza de la almohada sostiene una cabeza resignada. Lista para descontarle otro día a la jubilación. El despertador insiste las 5:30. El lunes es el mejor día para practicar el estoicismo. La perra bajo la cama declara abolida la tristeza.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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