Renovar la cultura educativa

 en Miguel Bazdresch Parada

Miguel Bazdresch Parada*

Nuestra cultura educativa es muy fuerte. Muy pocos dudan de la importancia de la educación para conseguir una ciudadanía consciente, participativa, amante de la ley, de las buenas costumbres y con gran capacidad de trabajo todo lo cual propiciaría un país más igualitario, sin pobreza y sin riqueza extremas; y familias integradas y capaces de conducir a sus miembros por los caminos del bien común, de la ética del trabajo y del cuidado.
Sin duda, cultura con una aspiración nunca desechada y, con tristeza nunca cumplida a cabalidad, de una geografía mexicana poblada de escuelas; algunas con carencias y siempre esperanzadas de mejoría; otras de excelencia cuyos educandos son capaces de competir con sus pares de otros países en concursos de ciencia y ocupar lugares entre el primero y el tercero. Una formación de maestros capaz de formar a educadores para coadyuvar como ningún otro gremio a la unidad nacional, pues todos los días del calendario escolar están al pie del pizarrón para iniciar las lecciones del día frente a estudiantes, con conductas diversas es verdad, y al mismo tiempo convencidos de la importancia de “estar” en la escuela frente a “no estar”.
Por eso, la cuestión educativa, desde hace varios lustros, no es construir escuelas pues ya el país sabe cómo; no es formar personal, eso ya lo hacemos de sobra; tampoco es presupuesto, actualización, capacitación, materiales, textos… ya sabemos cómo y se hace a pesar de oposiciones y decisiones equivocadas de la autoridad. La cuestión es cómo con todo esa fuerza cultural logramos, de manera permanente, generaciones de estudiantes egresados de secundaria capaces de ir a la preparatoria y estar preparados para ayudar a este país a salir de pobre, a cimentar la ética política capaz de contener la corrupción, y la ética ciudadana capaz de echar a un lado al país de la tranza, del crimen, organizado o no, y al fin es capaz de la búsqueda comunitaria del buen vivir propio de las múltiples historias, geografías y tradiciones que pueblan nuestro horizonte patrio. Y así, sin idealismos de papel puede articularse un México que mira adelante, no con ilusiones transformadoras momentáneas, sino al perseguir la huella del trabajo de cada día, el respeto del próximo y del lejano y puede conversar con cualquiera de éste y otro mundo para coincidir en lo posible y engrandecer, ciencia, historia y arte sencillamente humano.
La fuerza de la cultura educativa puede desaparecer si se insiste en no tocar ciertas prácticas cuya eficacia formativa ha disminuido al evitar el cuestionamiento de ciertos supuestos que han inspirado el pensamiento educador y hoy, ante realidades que la misma educación ha contribuido a conseguir, piden una nueva lógica, una verdadera metodológica capaz de dialogar con el mundo de hoy, y contribuir a sus avances.
Dos ejemplos. Mantener el supuesto de que el aprendizaje y la madurez intelectual son fruto, casi imperativo, de la exposición–transmisión de contenidos es insostenible. Hoy los contenidos están a la mano incluso de alguien iletrado. Hoy los estudiantes han de formarse con una metodología capaz de producir contenidos. Permanece el supuesto de la calificación, la evaluación, como medio de verificación del aprendizaje, el cual antes y ahora suscita todo tipo de negociación. Hoy la evaluación central es aquella mediante la cual el estudiante cae en la cuenta de lo que sí sabe, conoce, domina y aquello aun pendiente… y lo acepta con responsabilidad.

*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx

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