Reina

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Setenta años de ejercicio monárquico algo dejan en el corazón de una reina: la lealtad de los súbditos y el refrendo histórico del mandato divino para el ejercicio de su cargo.
Aún hoy, la perpetuación de la corona ocurre mediante la sucesión sanguínea. Es tal el poder imperial que sólo la genética garantiza su conservación.
Rubén Darío lo describió a finales del siglo XIX: “la princesa está triste, qué tendrá la princesa” … La jaula de oro cala. No la seguridad con que el rey enfrenta la vida. La garantía de los servicios de salud, de habitación, de alimento… a costa de los gobernados.
Para los súbditos, la corona es un símbolo de orgullo nacional. La continuidad de una historia observada y avalada por Dios. El Imperio Británico se yergue sobre la convicción de una supremacía.
Isabel II cedió su libertad personal a favor de la monarquía más poderosa que aún oficia en el mundo. Hay otras (monarquías) de opereta o sustentadas en el fanatismo y la ignorancia, que se vuelven anacrónicas e inútiles en el mundo contemporáneo. La británica gobierna sobre los países más industrializados y con mayores índices de educación. Y está refrendada mediante la voluntad popular.
La realeza se sustenta en un sentimiento nacionalista que poco significado alcanza en países republicanos donde la igualdad resulta la exigencia constitucional más elemental.
Para los británicos, en cambio, la liviandad de las escenas de la corte -noviazgos y rupturas, vacaciones y protocolos- les confieren una especie de identidad. En la banalidad de los príncipes reposa su jactancia.
La longevidad de la familia Windsor debe ser un sino. De las postrimerías de la última guerra mundial a la segunda década del siglo XXI, Isabel envejeció con la corona en las sienes. Sobrevivió a la reconstrucción de la posguerra, a un marido celoso, una hermana envidiosa, una nuera rebelde que burló las solemnidades y unos hijos mansos sin aspiraciones.
Nonagenaria, viuda y hastiada de cuidar perros, Isabel II hereda el trono a un hijo cuya plenitud ya pasó. Los nietos están obligados a hacer méritos, ante un rey que no parece se perpetuará demasiado en el cargo.
Mientras el mundo se convulsiona ante la desconfianza en los gobernantes, quienes no consiguen el liderazgo a través de la imprecisión de las redes digitales, desde donde en realidad se consiguen hoy las adhesiones, los británicos lloran a su majestad con la firme sugestión de una tragedia.
Ningún partido político de alguna república puede presumir el poder de tal convocatoria.
El mundo es un lugar raro y exótico.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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