Profesor o estudiante, o ambos a la vez

 en Miguel Bazdresch Parada

Miguel Bazdresch Parada*

En momentos de planeación o de inicio de algún programa educativo es evidente la necesidad de disponer de profesores para llevarlo a la práctica. Un nuevo doctorado, una licenciatura o algunos cursos especializados se difunden de tal manera que quede claro el excelente cuerpo de académicos y profesores, quienes estarán encargados de llevar adelante las acciones y actividades necesarias para mostrar un doctorado de excelencia. Para los interesados es mucho interés conocer quienes estarán a cargo de las tareas docentes como un criterio para inscribirse o no en ese programa.
Es muy poco frecuente mencionar quiénes serán los estudiantes. Es cierto que se difunden requisitos a cumplir por quien aspira, por ejemplo, a cursar un doctorado de investigación, y más si está reconocido como programa de excelencia por alguna oficina tipo CONACYT. Estudios previos, libros o artículos escritos, recomendaciones de profesores ilustres, ensayo del tema que desea desarrollar y otras más. Y, ¿así se sabe y se conoce quién es el estudiante? Desde luego no. No hay un indicador del tipo, por ejemplo: un profesor quien establezca ¿quieres estudiar conmigo este doctorado? Te invito a trabajar conmigo tres meses, en la investigación en curso, la cual estoy realizando hace dos años. Y al final revisamos, revisas y decidimos si eres, o no, “trucha de este vivero”. Sólo datos de oídas o de papel. Es decir, profesor por delante, los estudiantes como quiera.
La costumbre, más aún, la cultura educativa al uso en nuestro medio (y en otros también) privilegian al profesor y minimizan a los estudiantes. El profesor es autoridad sobre temas, prácticas, exámenes, lecturas, evaluaciones y el resto de las actividades de un aula o una escuela. Y si el estudiante ha leído otros textos, si ha realizado prácticas diversas, si conoce aspectos de la “materia” que enseña el profesor, todo eso, se anula y no se usa para educar. Al contrario, estorba según los cánones.
El punto en disputa es: el valor del profesor y de la institución está claro y se respetan. Y el valor de los estudiantes ¿se hace valer? ¿Cómo? ¿Un reconocimiento de papel al fin del curso? Eso es privilegiar la diferencia y la diferencia según la autoridad. ¿También lo es de sus compañeros? ¿Por qué no se reconoce a todos los estudiantes, por los logros alcanzados, así sea el logro de asistir y participar a pesar de su condición?
Freire escribió:

“Hay que pensar la práctica para, teóricamente, poder mejorar la práctica. Hacer esto demanda una fantástica seriedad, una gran rigurosidad (y no superficialidad), estudio, creación de una seria disciplina. Esta cuestión de pensar que todo lo que sea teórico es malo, es algo absurdo, es absolutamente falso. Hay que luchar contra esta afirmación. No hay que negar el papel fundamental de la teoría. Sin embargo, la teoría deja de tener cualquier repercusión si no hay una práctica que motive la teoría”. Freire, Educación y cambio, prólogo p. 33. (https://www.studocu.com/es-ar/document/universidad-de-buenos-aires/pedagogia/educacion-y-cambio/10204830).

Una paráfrasis del texto freiriano puede ser: “No hay que negar el papel fundamental del profesor. Sin embargo. El profesor deja de tener cualquier repercusión si no hay una práctica de unos estudiantes que motiven la teoría”.
El dilema profesor o estudiante no ha de aceptarse más. Es momento de empezar a creer en la cultura de la dualidad profesor–estudiante, con el mismo valor cada uno, con un papel cada quien y entre ambos construir y reconstruir la cultura, materia de la enseñanza–aprendizaje propia de la educación.

*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx

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