¿Por qué profe?

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Un profesor no lo es por el salario. El maestro no aspira a fifí. Nadie pretende amasar una fortuna perteneciendo a una plantilla docente. No sólo la paga es limitada sino que el profesor termina por abonarle a las necesidades que se presentan en el día a día y que la institución donde labora no contempla en el presupuesto. Libros, para empezar. Diplomados, maestrías… Material didáctico que el profesor utiliza para que sus alumnos aprendan. Fotocopias, Apps… Equipo tecnológico: teléfono móvil, computadora… Internet en casa. Todo esto lo cubre el propio profesor.
Además de lo anterior, la profesión atraviesa un demeritado desprestigio. No goza de las alabanzas sociales de las hermanas Kardashian. Para las generaciones que consideran que los límites son una afrenta a su libertad, el maestro es una mezcla entre nana y “showman”. Hace todo para interesar a sus alumnos y debe luchar contra la apatía, las faltas de respeto, la copia de los trabajos y de los exámenes… Y el castigo al que antes recurría como estrategia de coerción, que era reprobar, hoy no sólo es mal visto sino que está prohibido. Un alumno que reprueba es culpa del maestro, dice una norma tácita y difundida ampliamente. Por lo tanto, está obligado a ofrecer regularización al que no entiende los quebrados, persuadir para hacerlo a quien no tiene ganas de leer y acordar con los padres soluciones como el castigo del celular.
La satisfacción por ser maestro se fundamenta en cierta concepción de trascendencia que resulta una razón intangible. El reconocimiento y aprecio son medallas que no siempre se conceden. El maestro tiene una de las pocas profesiones donde consigue dormir en paz y repetirse a sí mismo (a través de sus alumnos).
Los alumnos asumen las opiniones del maestro que admiran, las estructuras lingüísticas, a veces los gestos.
Él sabe que su compromiso es promover la convivencia en un país donde las diferencias se resuelven a balazos. Que los valores se fomentan mediante la canonización de sus propias conductas: llegar temprano y de manera pulcra es parte de sus estrategias de enseñanza. Demostrar la esperanza mediante argumentos emocionales.
El maestro no espera halagos. Sabe que no los obtendrá. Para él, la bondad es una metáfora que sólo se asimila a través de la Historia, del Español, de lo que enseña.
Recibe aplausos el 15 de mayo y luego ve que sus alumnos crecen y se van. Espera jubilarse para pintar. Para acariciar al perro lo suficiente y tomarse un café con la lentitud de quien su única prisa es conocer el desenlace de una novela.
Recuerda algunos nombres de sus alumnos. En general, olvida las anécdotas y los afectos. Y las razones por las cuales eligió esa profesión.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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