¿Para qué sirve la educación?
Miguel Bazdresch Parada*
Para qué sirve la educación, se pregunta Humberto Maturana en una vieja conferencia (1987) en un curso de Teoría de Sistemas, transcrita como “Una mirada a la educación actual desde la perspectiva de la biología del conocimiento”. Hoy en nuestro país esta pregunta es urgente e imprescindible.
Profundiza el punto para dejar clara la importancia de la pregunta pues esa pregunta en el fondo es ¿qué queremos de la educación? Preguntar si sirve la educación supone tener previamente respuestas claras para ciertas preguntas. Maturana las propone así: ¿qué queremos con la educación?, ¿qué es eso de educar?, ¿para que queremos educar?, y sobre todo la gran pregunta, según el biólogo, ¿qué país queremos?
Avanza su texto con el recuerdo de la respuesta que, en su época de estudiante, él y sus compañeros, se daban entre sí. Aun con la diversidad de ideologías de los compañeros, todos ellos las consideraban como distintos modos de cumplir la responsabilidad de devolver al país lo que habíamos recibido de éste. Había en el trasfondo la convicción de acabar con la pobreza, con el sufrimiento y la desigualdad.
Hoy es distinto. Los estudiantes, en términos generales, están interesados en prepararse para competir en el mercado de trabajo. No pocos de sus maestros trabajan y viven en ese mercado. Y así, aparece un conflicto en su conciencia: Escoger entre prepararse para competir en el mercado y el impulso, apunta Maturana, de su empatía social y querer un orden social en el cual no se genere tanta desigualdad, pobreza y sufrimiento a muchas personas.
Competir hace una diferencia entre el mundo de lo conocido de manera experiencial y otros mundos no conocidos. No es lo mismo, nos alerta el biólogo, encontrarse con quien pertenece al mundo de uno, que encontrarse con alguien que no es parte de nuestro mundo. A los “nuestros” los respetamos, los “otros” nos son indiferentes. Y es así, porque las emociones involucradas son diferentes. Un país y una educación que apuesta a la competencia así sea el proyecto nacional, está muy cerca de olvidarse de la convivencia que construye el mundo de las relaciones sociales.
De ahí la importancia de educar para la convivencia. Este propósito implica olvidar que la convivencia escolar es el mero buen trato entre estudiantes, evitar maledicencias, maltrato verbal y aun encontronazos físicos. Desde luego la violencia se debe combatir con las armas de la educación: el encuentro personal, la validación del otro, la interacción emocional y las orientaciones de los educadores. Es necesario. Sin embargo, la convivencia en el fondo está en la coincidencia de representaciones del mundo que vivimos y compartimos, mundo que muy bien puede mostrarse y estudiarse y emocionarse con él si la educación recupera el sencillo y difícil propósito de regresar al país lo que nos ha dado. Hoy está olvidado en los hechos, aunque permanezca en los dichos y a los estudiantes no les signifique nada o casi nada. Se puede empezar por reconocer cuál es el verdadero propósito de la educación en nuestro país, en los hechos de todos los días en nuestras escuelas y en nuestras familias. ¿Competir o convivir o…? Tenemos tarea.
*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx