Nos cuidamos o perecemos

 en Miguel Bazdresch Parada

Miguel Bazdresch Parada*

Es frecuente escuchar a una esposa cuando despide en la mañana a su esposo cuando sale hacia el lugar de trabajo: “adiós, cuídate, mi amor”. Puede ser sólo una frase de “cajón” y puede ser una demostración de la importancia del cuidado. Quizá perdemos de vista esa importancia porque puede volverse una rutina sin significado. O es una muestra de la importancia del cuidado en la vida cotidiana. La misma expresión se dice cuando padre o madre despide a los hijos, o los amigos o incluso a los trabajadores con los cuales comparte la vida de trabajo.
También es una expresión espontánea dicha entre personas desconocidas que por alguna razón se reúnen (en un camión urbano, en el metro, en el trabajo) cuando se da un paso en falso y una persona “pierde la vertical”. “Cuidado…” gritamos. Y si la persona llega hasta el suelo, con premura más de alguno de los cercanos tratan de ayudar y así siempre con alguna frase que denota preocupación, por ejemplo: “¿Esta usted bien?, ¿se resbalo?, ¿qué le paso?”. El cuidado está presente con nosotros todos los días. Se puede decir que las personas tenemos integrada una cierta dimensión ética del cuidado, en las interacciones cotidianas.
Si nos fijamos en la escuela o en los lugares donde se reúnen personas en número considerable, también aparece el cuidado de manera cotidiana. Los maestros cuidan a los niños en la entrada para evitar empujones o resbalones; también en el patio escolar para prevenir caídas lastimosas; y en el salón de clase con disposiciones tales que se eviten las palabras altisonantes de un estudiante para con otro, y se tenga asegurada una circulación de los estudiantes fluida, segura y rápida si hace falta. En lugares de temblores de tierra frecuentes, a los estudiantes se les cuida con una enseñanza detallada de qué se debe hacer en caso de un temblor. El cuidado en lo físico está instalado hace años y se mantiene hoy.
Por eso, es extraño y a la vez preocupante observar conductas agresivas en un salón de clase, tanto de los docentes para con los estudiantes como de estos entre sí: Palabras altisonantes, faltas al respeto mínimo, aventones, groserías a voz en cuello entre ellos, y más. Ese cuidado espontáneo que vemos en la calle, con alguna frecuencia desaparece en la escuela. De hecho, hoy, los docentes, los padres–madres de familia y las autoridades hablan de “violencia escolar” y se ha pasado del cuidado al control de la violencia. Incluso, en muchos casos, los estudiantes se refieren a esos comportamientos como algo cotidiano.
De ahí la importancia de trabajar para revivir la ética del cuidado en la vida escolar, en la escuela y entre familias. No es una tarea fácil porque perdimos algo que era cotidiano y lo aprendíamos en la vida diaria, en el trato y en la conversación. Incluso las referencias al control de la violencia escolar con normas y castigos, evita la recuperación del cuidado pues el agresor siente pagada su culpa al cumplir el castigo. Y no cuando aprende a no violentar, no porque lo castigan, sino por el respeto y la construcción de la confianza entre personas, base ética del cuidado.
Perder el cuidado de otros, más tarde que pronto, lleva a perder el cuidado por nosotros mismos. Por eso hoy las autoridades educativas y otras deben repensar cómo su actos evitan el cuidado de las personas, y sus consecuencias. Perder el cuidado es el primer paso para perder la cordura.

*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx

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