Muchas madres

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Mamíferos con conciencia biológica, los mexicanos tenemos tal adhesión al vínculo materno que nuestro lenguaje está saturado de madres. Usamos esa referencia verbal en distintos contextos y acepciones.
Para nosotros, “una madre” es una cosa pequeña, sin importancia. Pero una “madrezota”, en cambio, es algo inmenso. Somos adeptos a los contrastes.
“Valer madre” es perder. Fracasar en el intento. Alguien “vale madre” porque no es nadie o porque no pudo serlo. El ser que se extravía en el intento. Parto interrumpido del que pudo proceder de “madre”.
La madre es todo y nada. Nos da y nos quita. Bajo su falda existimos (o dejamos de hacerlo, sin su protección). Por lo tanto, se trata de lo absoluto: la plenitud. Y su opuesto es la inexistencia. Sin matices ni medias tintas. “Ni madres” es nada. La negación total.
Dentro de nuestra contradicción, somos una cultra que requiere guía materna. Nuestro sentido de orfandad se acendra por la confusión de nuestro origen. Octavio Paz lo ha problematizado ampliamente en “El laberinto de la soledad”: la “Madre mítica”, dice, es la “chingada”.
Nos “mentamos la madre” como un insulto excelso. Después de eso, sólo los golpes redimen el conjuro. La madre es nuestro territorio inviolable. El lugar sagrado que no admite profanaciones. Nombrarla con mala fe es provocarnos. Obligarnos a restituir su reputación, que es nuestro sello de identidad. Nacimos de madre y por ella somos.
En nuestra frustración, enviamos ahí las intenciones y proyectos: “a la madre”, decimos en la hora de la resignación en que aceptamos el descarrilamiento de una empresa. “Valió madre”. No pudo ser.
Madre es orden y proyecto. El “desmadre” es el caos donde falta una madre que organice. “Alguien” puede ser un “desmadre” si el relajo le obnubila y preside. “Algo” es un “desmadre” cuando todos sus cabos están sueltos. Lo “desmadrado” está descompuesto y no hay forma de arreglarlo. No sirve ni servirá nunca.
Estamos “hasta la madre” cuando nos sentimos hartos. Ahítos. Fastidiados. Y mandamos todo “a la madre”: a un purgatorio sin regreso donde están las cosas imposibles que ya nunca podrán reconstruirse.
Decimos que alguien “no tiene madre” cuando hizo algo muy malo: su abyección procede de su progenie. Aunque la tenga, se la negamos: no es nadie si no tiene madre.
Festejamos a la madre el 10 de mayo como se festeja una fiesta patronal o una celebración política. Quizá con más ahínco y con menor debate. Todos tenemos o tuvimos una madre. Nos festejamos a nosotros mismos a través de su parto. Nos reconocemos hijos y en la filiación, raza, civilización, especie.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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