Mi hijo, mi hija, ¿pueden manejar las redes sociales?
Marco Antonio González Villa*
¿Cuál es el fin de las redes sociales? Siempre intentan venderse como algo positivo y que fortalece precisamente el tejido social, creando redes, pero cada vez con mayor frecuencia aparecen casos en los que se patentiza que están lejos de conseguir su supuesto objetivo.
En el último tiempo, poco a poco ha ido incrementando el número de países y gobiernos que han buscado regular el uso de los celulares, sobre todo en las escuelas, y es claro que no es por el uso académico que podrían tener, sino por el mal manejo que han hecho niños, niñas, adolescentes y jóvenes de ellos, poniendo de relieve que no están preparados para usarlos adecuadamente.
Y así llegamos a una reflexión, a una conclusión que parecería obvia, pero no entendemos porque aún no se considera: no todas las personas tienen la madurez, los recursos psicológicos o la edad para manejar una red social. Como sociedad se ha conseguido regular legalmente la venta y el consumo de cigarros y alcohol en menores de edad, para poder proteger su salud física y mental, considerando que ambos productos pueden afectar su crecimiento y desarrollo. Si la realidad en diferentes países nos ha mostrado las afectaciones psicológicas y alteraciones a la autoestima que ha provocado el uso de redes sociales en detrimento de su salud mental, ¿por qué no han sido prohibidas también?
Las redes sociales han sido una fuente de depresión y ansiedad para miles de adolescentes, al mismo tiempo que les generan respuestas neurofisiológicas de adicción, con todo lo que ello implica: compulsión, dependencia, síndrome de abstinencia, desatención, problemas emocionales y familiares, insomnio, entre otras conductas que evidencian una afectación física y psicológica.
¿Cómo saber entonces quién puede estar dentro del mundo de las redes sociales? Porque no todos o todas pueden, depende de su autocontrol y de un nivel de madurez física y mental que no todos han logrado; de hecho, hay incluso adultos que solamente emplean las redes para sacar su frustración y amargura ante la vida, por lo que agreden y atacan todo el tiempo con sus comentarios.
Por tanto, pensemos: si un adulto le da un arma a un menor y éste la utiliza de manera imprudente e irresponsable, lastimando a otros o a sí mismo, es responsabilidad del adulto por no haber orientado y supervisado su uso; la misma situación ocurre con los dispositivos, computadoras y celulares: es responsabilidad del adulto cuidar que no lo empleen para lastimarse o lastimar a otros.
En Estados Unidos y en México, con el caso de CCH Sur, por ejemplo, encontramos a jóvenes dentro de grupos en redes que promueven la agresión y en donde incluso avisan sobre los ataques que van a cometer. ¿A quién le correspondería supervisar las publicaciones y contactos de jóvenes y menores de edad? Definitivamente a su padre y/o madre, pero, otra vez, se espera que la escuela pueda regular y controlar su uso. Curiosamente, nadie obliga a las redes a controlar el uso que se hace de ellas; podrían realizar valoraciones psicológicas a las personas antes de ser aceptadas o bien restringir totalmente cierto tipo de contenidos o palabras, pero no lo hacen.
Lamentablemente, generan muchas ganancias económicas para unos cuantos y, por eso, al igual que otras mercancías como las armas, el alcohol o el cigarro, que afectan la vida de muchas personas, no se prescindirá de ellas o se prohibirá su uso. No hay datos exactos sobre las muertes causadas por el uso de redes sociales en los últimos años, pero sí hay evidencias de una correlación entre su mal uso y el deterioro de la salud mental que ha provocado, directa o indirectamente, miles de muertes en el mundo. Pero por la ganancia y por la chance de desatender a los hijos por un momento, pareciera que han visto todas las desgracias sólo como un mínimo daño colateral aceptable (¡¡). Las preguntas quedan entonces y que padres y madres intenten responderlas continuamente: ¿puede mi hijo o mi hija manejar las redes sociales? Si la respuesta es no, ¿se las prohíbo? Es cuestión de conciencia… o inconciencia, ¿no?
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. antonio.gonzalez@ired.unam.mx