Malas intenciones

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

El suicida no anticipa desenlaces. Vive con la conciencia de lo que trama. En su guion repetido con detalles de “close-up”, argumenta razones y prevé conclusiones. Sopesa el mundo sin él.
Visita Walmart de incógnito. Para no llamar la atención, echa cereal en el carrito, una escoba inútil… hasta llegar a la soga. Elige la de mayor consistencia: la que no resbale de la viga de la manera más contundente. El banquito de la altura precisa. Y paga con emoción contenida. Nostalgia. Orgullo del que cumple con su deber.
Entre su guardarropa prefiere los tonos oscuros de un traje muchas veces usado. La corbata para la ocasión. Los zapatos de agujetas atados con la pulcritud obligatoria. Los calcetines nuevos. La camisa planchada.
Ha ensayado varias despedidas. Casi todas rayan en lo cursi y focalizan culpas. El amor, la soledad, la convicción.
Para el suicida de cepa no existe una razón que justifique las intenciones. La autoeutanasia es un propósito en sí, premeditado con dedicación y constancia.
El suicida es un antisocial de clóset. Alguien que finge adaptación a los otros y las costumbres. Trabajador ejemplar, llega siempre a tiempo a la oficina, practica una cortesía meliflua y merece la apreciación generalizada.
El suicida evita avecindarse en el estado de Jalisco, región que ocupa los primeros lugares del país en índices de éxito. Sólo viene para cumplir su promesa secreta, cuando la vida con sus vericuetos cede al fatalismo cifrado.
Mientras, el suicida es cualquiera: el paletero de la esquina o el gerente de banco. Personas íntegras que se parten el lomo y votan religiosamente por la derecha. Tienen familia y un perro que los extraña. Desayunan ligero y acuden a Misa con la frecuencia con que agradecen por una vida sin sobresaltos ni complicaciones.
No es una crisis depresiva sino una cavilación estudiada a base de leer a Hemingway, Walter Benjamin, y escuchar a Nirvana.
Ese día se levanta temprano. No se despide de nadie. Sus malas intenciones quedarán en puras intenciones. Si no bella, la vida, con su intensidad obligatoria obligará la necesidad de repetirla. Las flores, la mañana, el atardecer en la playa…
Las malas intenciones atentan contra las propias ambiciones. La vida es un acto de resistencia. Una forma de rebeldía secreta.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalencia@subire.mx

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