Madre anticipada

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Nos enseña a no necesitarla. Nos compra una cuna, donde nos deja primero unas horas; después, la noche entera.
Nos lleva a guarderías y a la escuela. Nos deja en manos de gente que no nos quiere: las mejores educadoras, fingen. Les creemos mientras los juegos; luego nos vemos solos y la extrañamos a ella. Entonces sobreviene el llanto y ella nos rescata. Nos lleva a casa, nos abraza, nos restaña. Hace con nosotros las planas, aprende los quebrados, pega la maqueta de Biología y versifica la composición a la Madre. En realidad es ella quien nos enseña a leer. A contar. A soñar. A cumplir.
Así se pasan los días hasta los bigotes o la menstruación. Queremos que no moleste, que no pregunte, que no sepa. Respondemos con monosílabos. Levantamos los ojos al cielo. Le sacamos la vuelta. Nos encerramos para estar solos. Ensayamos a no necesitarla.
La buscamos en las novias (dicen los freudianos). La comparamos. Repartimos el cariño. La desatendemos con la naturalidad de la adolescencia.
Pero volvemos a ella cuando nos rompen el corazón. Ella está ahí y nos consuela. Regresamos al feto y al líquido amniótico. Al perdón sin mencionar. Al cariño sin condición.
Hasta que viene la boda. Los hijos. Ella se va quedando sola. Alguien por fin la sustituye en la dotación del afecto.
Poco a poco la dejamos de visitar. Nos limitamos a su día, a su cumpleaños, a su achaque. La olvidamos. Le tanteamos los defectos suficientes y las anacronías reiterativas. La repetición molesta, las anécdotas trilladas. Los balbuceos sin significado.
No se parece a la que un día fue. El pelo se le despinta. Le aparece una mirada triste. Prefiere no salir de casa. Compra un gato. Practica dolencias inéditas. Reza más de lo que debería. Toma muchas pastillas.
Un día se va. Discretamente. Abruptamente.
La acompañamos en vela. Abrazamos gente que no habíamos visto. Escuchamos virtudes que tuvo, escenas que no supimos. Otros afectos que sembró. Le celebramos una misa. Le lloramos otra vez.
Reconstruimos su historia. Su maternidad anticipada. Su cara que es nuestra. Su cariño gratuito que tal vez no merecimos.
Y nos vemos otra vez solos. Esta vez para siempre. No hay fotografía que justifique la ausencia ni llanto que regrese una imagen plena. Las presencias no se reemplazan. Los afectos –en ese momento lo reconocemos– no se sustituyen.
Poco a poco nos acostumbramos. Nadie nos tocará la cabeza como lo hacía ella. Ni nos dirá el apodo, la llamada, la petición extraña, el abrazo repentino.
Nos educó para vivir sin ella. Con el gato y la nostalgia. Y una casa deshabitada.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • Gaby Vivas

    Que hermoso texto
    Agradezco que todavía está mi ma para celebrarla

    Saludos una ex alumna del CMN T/ V
    Felicidades maestro Jorge

    • Alejandra Arrieta

      Hoy después de mucho tiempo, te leo y me vibra el corazón. Me invaden los recuerdos, las enseñanzas de vida que nos diste y con ellos la certeza de que has sido de los mejores maestros que he podido y tendré en la vida.

      Leo esto y ahora que soy mamá, entiendo tanto…

      Te recuerdo con mucho cariño. Te mando un fuerte abrazo.

  • Nicandro Tavares

    Muy bien Jorge, llena de verdad, de amor, de ternura. Muy bien Jorge!!!

  • Karla

    Qué palabras tan ciertas. Cuánto amor, dolor, vida hay en esto. Gracias

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