Los pájaros

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

para Natalio

Los pájaros son mensajes espontáneos y fugaces de Dios. Aparecen como un destello intempestivo y se van como una estela sobre el horizonte del mar. Su recuerdo dura mucho más que su presencia.
A diferencia de otros animales, no admiten domesticación. Y aunque ésta se emprenda, bajo condiciones excepcionales, los resultados nunca se apartan de la impostación. En todo caso, los pájaros fingen la fidelidad y siempre vuelven a su estado de natural salvajismo. Los pájaros que sacan cartas en las cantinas son autómatas que se van pronto. Por muerte o por escape. O desaparición.
Herederos de los dinosaurios, dicen los taxidermistas, son evidencia de los balbuceos de la vida sobre la tierra. O mejor: sobre las copas de los árboles de la tierra. Un día también gobernaron el planeta, como los microbios y los humanos.
Su antigua existencia los convierte en los protagonistas preferidos de los mitos: el ave Fénix, Quetzalcóatl… los propios ángeles se les emparientan por su forma de transportación y por su cercanía con el cielo.
Son los mensajeros y el mensaje de Dios: demostración de nuestro vínculo con las alturas.
Las patas y el vientre en los pájaros cumplen una función secundaria, a diferencia de los mamíferos y los reptiles. Sus alas son símbolo de libertad y nobleza. Por eso son comunes en escudos y banderas. Como los nuestros.
Los pájaros no tienen manos. Son piedras que caen sin agarrarse de nada. Como el maná y el granizo. Los meteoritos y la lluvia. Son balas de santos en el corazón de los iniciados. Un pájaro oportuno provoca una herida indeleble: ése, el herido, resulta el blanco de una elección: el hechicero, el intérprete del destino o el profeta. El poeta.
Hay pájaros que buscan cobijo. Alpiste que no tienen, nidos de los que se han perdido. Pían con miedo. Piden casa donde quedarse, gente que quiera cuidarlos. Y ahí se refugian, a veces, obsequiando su libertad a cambio del milagro de su canto. Sirenas domésticas. Pozo que mana diamantes. Sólo a cambio de alpiste y agua. Porque así quisieron.
Y un día se van. Es decir: regresan al lugar de donde cayeron. Dejan una jaula vacía y una cazuela con agua. Y gente que los extraña mientras intenta descifrar (pero nunca es del todo posible) el significado de su mensaje. Con su brevedad sellan versos, como el eco distante de su canto. Su ausencia advierte nuestro desenlace.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalencia@subire.mx

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