Los gandallas

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Aprender karate es una buena forma de persuadir a los gandallas. Algunas veces basta con que lo sepan para que limiten su asedio; otras, hay que fracturarles la nariz.
El gandalla es el ejemplo más logrado del tramposo. El que clava el coche en doble fila para dar la vuelta a la izquierda: estorba y pasa evitándoselo a quien sí hizo fila. El que se encuentra a un amigo en la cola del banco o el que deposita una moneda en la charola de las limosnas y recoge un billete azul. Ése.
El gandalla finge como propio el éxito ajeno. Llora si le conviene y grita para atraer la atención. Insulta a los débiles y sobreactúa la camaradería con quienes considera de mayor rango. Se cuela sin invitación a las fiestas y abraza a los deudos de un velorio donde ni siquiera conoció al muerto. Baila el vals con la quinceañera de una fiesta donde no es bienvenido y aparece en la foto de graduación de una escuela a la que nunca asistió.
Es el aprovechado. El cábula. El mañoso hijo de la… desvergüenza.
El gandalla anda por el mundo ostentándose como un triunfador. Sostiene teorías para justificar la desgracia de los otros: “son pobres porque quieren”, dice. Cuando le falta, pide prestado y se indigna si le cobran: rompe la amistad por esa causa con un decoro impostado. En realidad, el gandalla no tiene amigos más allá de dos o tres sesiones de tequila (que él no lleva) y de bohemia (donde él no canta).
Nuestro país ofrece un caldo de cultivo idóneo para la generación del gandallismo. La corrupción y la inseguridad le favorecen. Asignamos un nombre a quienes tramitan licencias de manejo, cédulas de licenciaturas o actas de matrimonio apócrifas: “coyotes”. A cambio de la adecuada cantidad de dinero, son capaces de quitar un sello de clausura de un bar, conseguir un doctorado con firma auténtica y nacionalizar una tanqueta rusa con placas de Campeche. Practican hasta sus máximas posibilidades el aforismo “querer es poder”.
Los gandallas se justifican a sí mismos como un mal necesario con otro añejo aforismo: “el que no transa, no avanza”. Campeones de la autocomplacencia y el cinismo, son los ególatras de la barbarie, los estetas de la negación de los principios y de los ideales que ellos mismos argumentan como asuntos de novela rosa. La vida se les ofrece como una posibilidad para allanar, burlar, arrasar. Herederos de los pueblos salvajes, se complacen en la destrucción y la masacre. Roban, matan, aniquilan.
No echan raíces ni establecen vínculos duraderos. Se camuflan de ciudadanos decentes en espera de un pretexto para su metamorfosis. En el momento preciso se transforman, con sus trajecitos planchados y sus cabellos acicalados, en demonios voraces. Sus belfos se sobresaltan, sus lenguas excretan baba. Se abren paso a codazos, abusan, pisotean, humillan y se burlan… Se muestran como son.
En el fondo, no pueden ocultarse. El anonimato va en contra de su naturaleza exhibicionista. Algunos ocupan cargos públicos. Estados Unidos está a punto de elegir presidente a uno (aunque también puede ser que sólo se trate de un payaso jubilado en busca de un circo).

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • Alma Dzib Goodin

    Excelente reflexión sobre aquellos que se sienten superiores y que nadie los merece:) Cuando vi la nota asociada, no tuve duda de quien se estaba hablando:)
    Respecto a las elecciones en Estados Unidos, no olvidemos que las votaciones de hoy son solo primarias. Trump tiene aún 7 meses de camino, pues las elecciones para Presidente en los Estados Unidos son en Noviembre.
    No sé como se mira desde fuera, pero aquí es obvio el sesgo que los medios hacen respecto a Trump, desde las primeras ocasiones hace ya casi un año, todos hablaban de él, en parte porque no creían que estuviera hablando en serio. Se le ha dado tal cobertura a todo lo que dice y no dice, incluso cuando no está presente que los ciudadanos no tiene otro nombre en mente cuando piensan en las elecciones. Por ejemplo, hay un cirujano compitiendo por la presidencia que suplica que Trump diga algo malo de él para captar la atención del público.

    Cabe mencionar también que estas elecciones han sido muy sui generis, y por ende, quizá Trump no sea el mejor candidato, pero si al que todos reconocen. Los debates han sido más pleitos de lavadero que debates políticos.

    A ello se ha de agregar que como República, el presidente no tiene las riendas del país. Obama lo dijo fuerte y claro en su discurso en la casa del Senado: “De lo único que me arrepiento, es que no pude lograr la unión del Congreso”. Este punto no debe quedar a la deriva, pues Trump puede llegar, tendrá 4 dolorosos años, en los que tendrá que aprender como se mueven los hilos de la política.

    Lo bueno de los Estados Unidos es que tienen muchas rutas para elegir presidente, lo malo en que como en toda democracia, no hay modo de que todos queden contentos.

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