La muerte

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Excepto por las infamias de la guerra o el crimen, el peor escenario para los seres humanos es la muerte. Morir significa rebasar el límite. Emprender un viaje sin regreso que afecta a cuantos han establecido un vínculo con el que parte. Es una ausencia definitiva que no se cuantifica durante la crisis, los abrazos, el café cargado ni el desvelo. En esos momentos sobresale una actitud heroica. La muerte del ser querido lastima cuando el lugar habitual del desayuno no se ocupa más. Cuando se recala en la grabación del teléfono y en el estado vigente del “Facebook”. La ropa del armario y el olor de la cama y los pendientes aún dispuestos en la agenda sobre el escritorio. Ahí. El recuerdo de las facciones, el tono con que pronunciaba nuestro nombre y la intensidad del abrazo… En esos detalles ocurre la muerte verdadera y profunda. En el comienzo del irremediable proceso de olvido.
Lo natural es que las personas se mueran de viejitas después de vivir una vida fértil y longeva. La realidad nos demuestra que no siempre es así: a veces ocurre que un joven, adolescente o niño fallezca antes de lo debido y el sentimiento es mucho más atroz. El consuelo de los deudos es más difícil porque casi siempre sucede de manera repentina, sin preparación, y generalmente se trata de una tragedia que pudo evitarse y provoca culpa y remordimiento.
No hay manera de evadir a la muerte. Vivir con esta conciencia significa apreciar mejor la vida. Hacer las cosas cotidianas con la pasión de la transitoriedad ante la posibilidad de que cada cosa hecha pueda acaso ser la última.
La resignación es una palabra imposible. El ser querido que muere se convierte en una presencia inmaterial. Está sin estar. La mente y el corazón lo mantienen cerca en una suspensión del tiempo que no es ahora ni aquí. A todos nos cambia el carácter y las convicciones. En “El piano de Genoveva”, López Velarde refiere la primera experiencia de la muerte como un parteaguas. Para todos los es y tal vez guíe el desarrollo de las cosas, las decisiones que todos habremos de tomar. Las percepciones de las cosas, los recursos emocionales con que contamos, el destino que habremos de completar.
Los artistas subliman el miedo a través de la poesía, la pintura, la música… Jaime Sabines construyó su obra a partir de esta temática. Nadie puede enfrentarse a la certeza de la muerte con optimismo ni con liviandad. Desde la burla y el jolgorio, nuestra cultura encuentra una manera de compartir el temor y aligerarlo. Incluso en esos rituales se evidencia la tragedia: no perduraremos. Polvo somos…
Las religiones se fundan sobre promesas póstumas. El paraíso es un premio que se merece por una vida correcta. Aquí difiere la teología: algunos aseguran que basta con creer en el Cielo; otros, que son necesarias las buenas obras. Siguen siendo especulaciones, premios de consolación. Nadie ha ido y vuelto para detallarlo. Es la poesía de Dios lo que justifica nuestra existencia.
Morir sigue siendo un misterio. Aunque sabemos que también nos ocurrirá, vivimos soslayando el desenlace. En el mejor de los casos, la mujer y los triunfos, los atardeceres y el perro, el cuento de Rubem Fonseca, la conversación, el sabor de una fruta, la película del domingo, el sábado por la tarde… son los sucedáneos por cuya suma parece bastar haber vivido una vida.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • Nicandro Gabriel Tavares Córdova

    Excelente artículo de Jorge Alberto Valencia. Ahora que estoy viejo y repleto de achaques, ya no veo la muerte como lo peor que le puede suceder a uno. Ley de vida, unos antes y otros después, pero todos estamos formados en la fila.
    Nuevamente muchas felicidades al académico, Lic. Jorge Alberto Valencia por taqn excepcional artículo.

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