La generación que egresa. Cerrar para ganar
Luis Christian Velázquez Magallanes*
A los graduados de la Pancho Márquez…
El 22 de octubre de 1968, durante las olimpiadas en nuestro país, un joven llamado Felipe Muñoz Kapamas conmocionó a sus connacionales con su triunfo en la competencia de cien metros en estilo de pecho. El apodado “tibio” no tenía nada de ello, y con un cierre espectacular acompañado de la narración de Agustín “Escopeta” González, provocaron la algarabía de todos los espectadores presentes en la alberca Francisco Márquez.
El triunfo no se debió a cuestiones azarosas. Si bien el nadador ruso Vladimir Kosinsky y el norteamericano Brian Job eran inmensamente favoritos, la estrategia formulada por el mexicano y su entrenador permitió que, por vez primera en una gesta olímpica, se escuchara el himno nacional. La clave estaba en el cierre: esperar para, después de conocer las circunstancias, tomar la mejor decisión para remontar y ganar. Así fue la estrategia diseñada para el triunfo.
La proeza del nadador mexicano tiene su origen en el diseño de una estrategia que consideró la importancia de planear el cierre de un proceso. La idea es sencilla: los procesos deben considerar cómo deben concluirse; la ruta debe ser consciente de cómo se finiquitará el trance.
La reflexión y el análisis permiten construir una analogía sobre cómo se cierran o concluyen los procesos académicos. En una primera instancia aparecen como endebles porque no están estructurados; pareciera que no importa trazar un plan de acción para concluirlos. El síntoma es grave y devela el estado en el que se encuentra la educación de nuestro país. Además, en los lineamientos operativos del Consejo Técnico Escolar para la educación básica, se constituyó el Consejo de Evaluación y Planeación para revisar y analizar la viabilidad de las acciones propuestas. Aunque la idea es buena, lo cierto es que, como muchas otras iniciativas, en la mayoría de las escuelas no funciona como debería porque implica que los directivos rompan el esquema de centralización de toma de decisiones. El petit Rey no quiere dar su brazo a torcer.
La Nueva Escuela Mexicana, quizá ante esta circunstancia, consideró que cada centro educativo tenía la responsabilidad de elaborar una ruta de mejora continua. La ruta no es otra cosa que el diseño de un trayecto en donde se define en dónde se está para delinear a dónde se quiere ir.
La ruta establece que, por medio de objetivos y acciones, se puede llegar a un estadío mejor. El asunto estriba en revisar cómo se ejecutan las acciones para reconocer con qué se debe continuar y las modificaciones que se deberán implementar. En este punto específico, las buenas escuelas marcan la diferencia.
Estamos a días de que concluya el presente ciclo escolar y, en el colectivo magisterial, a partir de las indicaciones para su clausura, prevalecía una pregunta generalizada: ¿se otorgarán los dos meses de vacaciones o no? El tipo de pregunta define la calidad de reflexión y el nivel discursivo ante cualquier problema planteado y, desde esta sola idea, se identifica que, quizá en el gremio docente, se deben plantear preguntas acordes a las necesidades reales de los problemas educativos, sobre todo si, se quiere elevar el nivel de reflexión y discurso.
El debate sobre el cierre del ciclo escolar debería cuestionar, por lo menos así parece, cómo se tendrían que adecuar las acciones de cierre en cada centro educativo para sortear estas nuevas circunstancias; qué se debe modificar o ajustar para adecuar las acciones propuestas para llegar a la meta trazada. La realidad muestra que los intereses están alejados de los problemas educativos.
En este vaivén, las autoridades se preocuparon más por cuidar las formas y no por construir circunstancias reflexivas sobre cómo se debería cerrar el ciclo. Se supone que la autoridad concentra a quienes pueden trazar estas líneas de operación, pero la práctica demuestra que, lejos de ser preventivos y de organizar ideas, siempre reaccionan ante las circunstancias.
A diferencia de Felipe Muñoz, la Secretaria de Educación es tibia cuando se trata de operar y supervisar cómo se ejecutan los procesos diseñados en los programas de estudio. La prueba más fehaciente de esta realidad se encuentra en los resultados relacionados con el desarrollo de habilidades de lectoescritura y lógico-matemáticas. La situación presenta a profesionistas que con dificultad pueden escribir una idea con claridad y mucho menos esgrimir un argumento, y la cuestión no cambia si consideramos a los procesos formales del pensamiento.
La pregunta clave se encuentra en descifrar cómo verificamos que los procesos de adquisición de saberes, el desarrollo de habilidades y la toma de conciencia de una actitud o valor se logran o se adquieren. La clave parece estar en revisar cómo cerramos procesos para verificar si se logra o no el diseño instruccional trazado.
En breve, una generación más llegará a su siguiente nivel educativo y, quizá sea necesario, en este largo receso escolar reflexionar a la luz de los resultados, porque la situación requiere de maestros que no sean tibios en su quehacer profesional.
*Licenciado en Filosofía. Profesor en la Escuela Secundaria General 59 “Francisco Márquez” de la SEJ. chris-brick@hotmail.com
Certero y nada tibio el planteamiento.
Los tiempos lectivos se han sometido a decisiones de autoridades y sindicales, que poco conocen justamente, los procesos. La transición de un grado a otro y de un nivel al siguiente es también poco observada y se toma como un asunto poco valioso. Pues ya se acabó el ciclo escolar y terminan un grado o nivel y viene la siguiente generación. Ojalá sus reflexiones maestro se consideren para un exitoso nuevo ciclo escolar.