La emoción de educar las emociones

 en Miguel Bazdresch Parada

Miguel Bazdresch Parada*

Emocionarse es una experiencia humana muy común. Todas las personas vivimos emociones diariamente. Claro no siempre son emociones agradables. A veces nos toca un problema, una noticia inesperada, un hecho enojoso. En estos días desordenados en la vida política del país las noticias relativas a los políticos y sus dichos, a veces sus actuaciones, nos avisan de pleitos, reuniones que parecen fiestas, fiestas que parecen “besamanos” y olvido de las avatares de la vida diaria. Entre otras el tema educativo emociona a unos, fastidia a otros y vuelve indiferentes a muchos. Y todavía no ha sido atrapado por el baile de los y las políticas.
La escuela, la acción educativa es tan rutinaria que no despierta interés en muchos. Cinco días a la semana lo mismo. Ir a la escuela, escuchar a los/las maestro/as, hacer lo que pide, platicar con amigo de un lado para preguntar “¿Qué quiere el maestro/a que hagamos?”, hacerlo, ir al escritorio por la calificación, ¿el regaño o el “esta bien”?, regresar al pupitre y esperar termine la visita al escritorio de todos los demás, oír el timbre de recreo y por fin: Ahora sí, a lo que vine a la escuela: a jugar con mis amigos hasta el cansancio y la felicidad.
En educación desde el estudiante de prescolar hasta el secretario de Educación tienen la agenda del día llena, repetida, ¿aburrida? ¿interesante?, productiva, con tensiones, sorpresas alguno de tantos días y un mini tiempo para pensar ¿estuvo bien? O verse en el espejo como piden los psicólogos y decidir: Risas o un día menos. La verdad, educar, educarse, es un constante encuentro con emociones, a veces donde menos se esperan, a veces escondidas en una plática o en una reunión de rutina.
Las emociones son el motor de nuestra relación con nosotros mismos y con los demás. Bien visto las emociones propias y las de personas a nuestro alrededor son el precioso material para manifestar y por tanto hacer crecer nuestras capacidades y hacer vivas nuestras posibilidades. No obstante, con muchísima frecuencia no caemos en cuenta, no identificamos nuestras emociones y las de quienes están en nuestro alrededor. Necesitamos una sorpresa fuerte para decir “estoy emocionado”. Escuchar a un escolar narrar sus experiencias de trabajar con sus compañeros y lo que aprendió y, ojo, lo que pudo enseñarles a ellos es una noticia de primera plana.
Si no me emociono, no estoy en situación de educarme. Si no estoy en situación de aprender no me emociono. La emoción se suscita en nosotros por el hecho mismo de vivir. Se puede verificar lo anterior si nos preguntamos en un momento cualquiera: ¿Qué siento? Y al respondernos nombramos un sentimiento. Por ejemplo: siento flojera de ir a la escuela. Al identificar el sentimiento, sabemos que estamos emocionados pues la emoción es el antecedente de lo sentimientos. Al decir flojera puedo preguntarme ¿por qué? Ah, estoy triste. Ya puedo buscar la causa. Con esta búsqueda ya estoy educándome. Igual si respondimos siento alegría, porque voy a reunirme con mis colegas. Y así aprendo. Entonces… porqué en el día a día escolar no empezamos por identificar nuestros sentimientos al estar ahí y recuperamos la emoción, causa de ese sentir. Seguro, así, la educación formal será emocionante y menos rutinaria e indiferente.

*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx

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