Inteligencia para educarse

 In Miguel Bazdresch Parada

Miguel Bazdresch Parada*

Es muy común en las conversaciones informales relativas a la educación utilizar el sujeto hablante como el “educador”. Por ejemplo: “Si usted quiere que sus hijos estén bien educados, inscríbalos en el colegio ‘X’, pues ahí trabajan maestros con experiencia y son muy buenos educadores porque…”, y se proponen las razones de tal calidad.
Aceptar conversaciones semejantes sugiere admitir, sin más análisis, la distinción entre educador y educando. Y sí, la tradición siempre propone maestros y discípulos. Maestros sabios y discípulos aprendices capaces de aprender las ideas, conceptos y procesos sugeridos, y a ratos impuestos, por los maestros. Así, se reconoce la maestría de un maestro por la capacidad de ayudar a crecer las capacidades intelectuales, artísticas y aun prácticas de los discípulos, incluso más allá de las propias del maestro.
En este terreno conviene hacer una primera similitud entre maestros y discípulo, entre educador y educando. El maestro propone acciones y tareas al educando, con base en su saber. Esas acciones, realizadas en orden, propician el aprendizaje del educando. Y son esas acciones y ese orden lo que hace al discípulo su propio educador. No es el hacer solo la causa del aprendizaje. Es la razón de la sugerencia de cierta acción del maestro y el impacto que causa en la persona del discípulo cuando la realiza, lo que permite al discípulo el apropiarse del conocimiento esperado por el maestro y por el discípulo mismo. Así, es la acción realizada por el discípulo y su impacto en su cerebro y su cuerpo lo que resulta en aprendizaje.
Por eso, repetir lo que dice un libro, aunque lo haya encargado el maestro, no suele suscitar aprendizaje en el discípulo lector, pues como se dice, “lo repite como un loro” sin saber qué está diciendo. Habrá discípulos que sí entiendan qué están diciendo, sobre todo cuando el maestro le pida que dé cuenta de qué aprendió y no qué dice el libro. Por eso, es la indicación del maestro al estudiante lo que, si se hace cabalmente, produce el aprender del estudiante. En esa indicación se muestra, actúa el educador. En el cumplir la indicación por el discípulo, está también el educador de sí mismo, que es el discípulo atento a las indicaciones del maestro. El maestro sabe que la indicación, sola, no educa. Educa la lectura, las preguntas por qué dice lo leído, por lo que entiendes de lo leído, lo que juzgas de lo entendido y lo que valoras de lo juzgado. Ese proceso, el cual sucede mucho más rápido del tiempo que aquí usamos para describirlo, convierte al educando en educador.
De lo anterior surge con claridad lo equívoco de separar al educador del educando. Profesor y estudiante son educadores y educandos según las acciones realizadas en el proceso escolar. Seamos profesores o estudiantes, sin experimentar, entender, juzgar y valorar los hechos, las lecturas, los discursos, las acciones y los sucesos, no aprendemos, aunque nos creamos educadores o estudiantes estudiosos.
De lo anterior es posible razonar para qué y cómo activar y utilizar la inteligencia, no sólo la memoria, para comprender sucesos, realidades y promesas. Y, dados los tiempos, sin ese razonar antedicho, vale también para la inteligencia artificial, hoy materia de disputa en el campo educativo. Si sabemos usar nuestra inteligencia, podremos comprender en qué y cómo consiste la inteligencia artificial y cómo puede ayudarnos a aprender, a realizar al menos algunas partes del proceso y las acciones del aprender. Sin duda es una tarea inexcusable para quienes estamos en el campo educativo. La inteligencia es indispensable para educarnos.

*Doctor en Filosofía de la Educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx

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