Viajes
Jorge Valencia*
Existen infinitas formas de viajar: la mejor de todas consiste en no salir de casa.
Los aventureros se plantean el viaje como una terapia epistémica. Para ellos, conocer lugares significa aprender. Suponen que por estar en Florencia entienden la naturaleza profunda del Renacimiento. Estar ahí los emparienta con Leonardo.
Otros entienden los viajes como un mal necesario. Van a África para decir que fueron. Coleccionan vacaciones como historial crediticio. Sus álbumes fotográficos documentan la apertura de sus costumbres. Almacenan paisajes para incluirlos en su currículum vitae. Equivale a comprar títulos universitarios o imprimir un diploma impostado de doctor. En este caso, se aseguran de relatar anécdotas detalladas y recomendar hostales.
Hay quienes viajan por negocios. Celebran acuerdos comerciales en diversas ciudades que no conocen. Sus experiencias del mundo se reducen al lobby del hotel o a restaurantes iguales a todos cuya especialidad es la misma con diferentes idiomas y aderezos. La evidencia de sus viajes se encuentra en el sello de sus pasaportes.
Viajar en bola significa compartir la frustración. Tierra Santa conocida en grupo permite difuminar los pecados. La lascivia y el egoísmo, entre muchos, merecen una penitencia menor. Un viaje así obliga al ajuste de las emociones. El hambre sólo se satisface cuando todos se sientan en torno de una mesa de McDonald’s; la fe se refuerza si varios esperan el premio eterno por las secretas privaciones mortales. Los pocos lugares visitados apenas compensan la amistad entablada con los compañeros de viaje.
Los viajes permiten comparar la forma en que se vive, se duerme y se enferma. El uso de los cubiertos y la eficiencia de los camiones. El tono de los atardeceres y la temperatura de los afectos. La vegetación, la conversación, la solución contra el hartazgo a la que cada población recurre.
Unos cuantos han podido viajar al espacio. Requieren trajes especiales y escapularios efectivos para regresar sanos y salvos. La perra Laika es ejemplo de heroísmo y abuso animal en aras de la ciencia.
Viajar sin itinerario es una forma de tentar al destino. Los riesgos son excesivos y el éxito menor, como demuestran los migrantes de todo el mundo. Siempre se pierde algo: la dignidad y algo más.
La forma más segura de viajar consiste en leer una novela. Checoslovaquia se reconoce mejor a través de Milan Kundera. La actual República Checa (o Chequia) es el resultado de la resistencia. Viajar así es viajar en el tiempo y el espacio. Llegar al centro del alma humana donde todos los lugares son el mismo: el corazón de los hombres y mujeres. Nuestra civilización sólo se adapta a los climas y a los idiomas. El verdadero paisaje consiste en vivir. Y también eso se termina, como cualquier viaje.
*Director académico del Colegio SuBiré. jvalencia@subire.mx