Imaginar ese poder olvidado

 en Miguel Bazdresch Parada

Miguel Bazdresch Parada*

Vivir la pandemia y las consecuencias, entre otras aprender a vivir con el virus, nos ha empujado a revisar varios de los supuestos culturales con los que hemos vivido desde varios lustros atrás. Por ejemplo, la confianza en las disposiciones de la autoridad, por incómodas que fueran, sin duda se ha visto mermada por los sucesos relacionados con los caprichosos rostros de la enfermedad. Y, evidente, no se puede gobernar sin confianza en los gobernantes y sus acciones y mandatos.
Todavía existen sectores de la población incrédulos de la importancia de vacunarse. Es otro ejemplo de ruptura de un supuesto de más de cien años sobre cómo combatir los ataques virulentos, cuya clave es el desarrollo de vacunas probadas y la vacunación de la población expuesta. Cólera, viruela, sarampión, tuberculosis y poliomielitis han desaparecido prácticamente del cuadro de amenazas a la salud y, en varios casos, ya no es necesaria la vacuna correspondiente a algunos de esos flagelos sino en casos muy específicos.
Esa incredulidad se produce incluso en sectores de la población altamente educada, por hipótesis sensible y entendida de las aportaciones de la ciencia. En ciertas poblaciones se da hasta beligerancia contra la vacuna. La pregunta entonces es ¿la educación formal no puede, al menos en algunos sectores, suscitar aprendizaje sobre el cuidado y el autocuidado de la salud?, ¿cómo hacer posible, si no es con escuela, el aprendizaje del conocimiento, una herramienta muy humana y básica, para bregar con las realidades no amables?
La cuestión educativa se rebeló frágil frente a la pandemia. Al cerrar la escuela ordinaria se ofrecieron sucedáneos para los cuales una parte importante de la sociedad afectada manifestó tener poco conocimiento práctico y serias dificultades para poner en práctica el modo alterno ofrecido. Algunos grupos y personajes abogaron por la apertura inmediata de las escuelas con la afirmación: sólo cara a cara se puede aprender y educar. Lo exagerado de la misma se sumó a las dificultades para utilizar los medios alternos ofrecidos por las autoridades y se multiplicaron los dichos sobre la “pérdida irreparable” del aprendizaje de millones de niños, niñas y jóvenes. Y muy pocas ideas se aportaron para proponer otros modos capaces de facilitar la educación y el aprendizaje de esos jóvenes, niñas y niños, y tampoco para diseñar cómo hacer para apoyar ahora que se reabre la escuela a quienes de plano tuvieron que quedarse en casa y sin forma de acceder a los medios alternos. Sólo se exagera para sostener que “esos grupos ya no aprenderán lo que se perdieron”. El supuesto cultural: Sólo en la escuela realmente existente se aprende y se educa, atrapa mentes, corazones y creatividad.
Sí. Cuesta trabajo imaginar otro modo pues el invento “escuela”, el invento “lo que debe aprender todo ciudadano” están fijos, han operado muchos años y lo consideramos tema resuelto “para siempre” y ninguna alternativa nos parece factible y realizable. Lo humano es crear y recrear. La pandemia nos convoca a los humanos a repensar y pensar cómo educamos para aprender. La imaginación ha de tomar el poder.

*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx

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