Humor mexicano

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

El humor mexicano consiste principalmente en una burla acerca de nuestras propias desgracias. José Guadalupe Posada lo representó gráficamente: nada peor que la muerte.
Los acontecimientos cotidianos, alejados de tragedias y prestigio, también son susceptibles a la carrilla. El “stand up” mexicano da la impresión de una conversación entre amigos. Por eso sus exponentes no merecen mayor aplauso. Cualquier mexicano puede reírse de sí mismo, soltar un albur, referir una escena política (que cuenta con los mejores comediantes).
El cine de ficheras es un ejemplo de nuestro humor. Rafael Inclán y los cómicos de su generación representan las posibilidades de la farsa. Los personajes exhibidos son seres caricaturescos capaces de rodar dos horas de albures sin un guión definido ni un cineasta que identifique el rumbo cinematográfico de su obra. A pesar de la cuestionable iluminación, sonorización y escenografía, esas películas resultaron éxitos de taquilla debido a la generosidad de las mujeres excesivas, las situaciones alegóricas para el grueso de la población urbana y el lenguaje llano, burlesco, indecentemente metafórico de sus exponentes: el carnicero, el oficinista, el teporocho, la sexoservidora, el policía, el ama de casa… Películas sólo admisibles en una sociedad dispuesta a la risa, a la decodificación del albur, a la catarsis política y la carencia económica.
Cuesta trabajo encontrar un elemento antropológico que dé cohesión fuera del chiste y el cotorreo. Ni las plataformas políticas ni la fe de facto resultan experiencias identificatorias de lo mexicano, los mexicanos.
Todos nos sabemos uno de Pepito. Todos oímos uno del temblor. Del Presidente. De Juan Diego…
Una reunión no se considera exitosa si los invitados no se burlan de alguien. Si no se sobrevienen los chistes y las anécdotas jocosas. Siempre se precisa un narrador cuya diégesis hilarante provoque la carcajada. Los bostezos son el riesgo de una tertulia académica. Los asuntos serios nos resultan abrumadores y prescindibles. Nadie es capaz de enfrentarlos en sus cinco sentidos. Por eso las iglesias han perdido adeptos y los políticos recurren a estrategias de imagen donde la gracia debe ser el sustento de sus galimatías: “me canso, ganso”…
Ser mexicano es tener sentido del humor. Del blanco y del negro y del rojo. Saberse La Sanmarqueña y aportar versos. Proporcionar un apodo. Practicar el sarcasmo como condición de la inteligencia. El camelo como recurso de la santidad y la blasfemia como virtud humana.
La versión contemporánea de las viñetas decimonónicas de Posada son los “memes”. El chiste rápido. La crítica con caducidad. El fotomontaje al vapor. Sólo se entienden las cosas si las cosas son hilarantes, burlescas, si demandan sonrisas y remates.
Una forma de evitarnos, de restañar el llanto, de exorcizar la depresión.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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