Gritos

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Seres gregarios por naturaleza, los gritos son la más rudimentaria forma de comunicación con que contamos. No importa la raza ni el idioma, nos entendemos. La diferencia fundamental con el lenguaje articulado consiste en que no necesita aprenderse porque no forma parte de un código. Sin embargo, todos lo comprendemos y usamos.
El primer grito es emitido como una manifestación de coraje: una reacción ante la conclusión violenta de la simbiosis. En ese instante sublime nos declaramos habitantes del mundo. Se trata de la primigenia y más auténtica declaración de independencia. Estando con otros, el ser se distancia y distingue.
Igual que en el alumbramiento, nuestra mexicanidad comenzó la madrugada del 16 de septiembre con El Grito de Dolores (tenía que ser). Los cohetes y los alaridos nos recuerdan cada año quiénes somos.
Gritan las mujeres ante las alimañas. Los espantados. Los que ven un yerro del árbitro en el estadio o quienes pretenden que el coche de adelante avance más rápido. El grito es arma de fuego, vínculo que une a dos en la distancia; dolor y júbilo. Enojo, pasión, desesperación. Es la expresión más honda y el testimonio menos perdurable.
Tiene que ver con la angustia para Edvard Munch. La silueta humana se confunde con la aspereza de un paisaje desolado; un par de testigos, un puente, el vértigo. Se trata de un fantasma que sólo significa a partir de la exhalación de su emoción. Las manos sobre lo que parece el rostro dan la impresión de sufrimiento. Sin ser necesariamente figurativo, todos vemos lo mismo: la vida duele.
Grita el que recibe un golpe o una mala noticia. El que increpa a Dios. El que amenaza. El que tiene necesidad de ser ubicado. Es signo de hartazgo y frustración.
Considerado uno de los mejores vocalistas del rock, los agudos de Robert Plant demostraron en los años setenta que existe una escalera que nos conduce al cielo. Como en Altazor, el lenguaje pierde sentido y es sustituido por los gemidos más connotativos. Lo que en el necio son sólo gritos, para el iniciado se trata de un credo sin mitología ni argumentos: “Uh, makes me wonder…”
En el volumen alto con que debe escucharse el género, el grito es desahogo. En sí mismo, mensaje. Nos vuelve seres vivos, animales, mortales.
Todos tenemos motivos para gritar. Todos debemos hacerlo. El que se enoja y el que se asusta. El alegre. El ebrio y el triste. El que se asombra. El que encuentra una verdad científica como Arquímedes o un continente como Rodrigo de Triana.
Hay gritos de locura, de éxtasis, de euforia. Cuando cantamos y dormimos también gritamos.
El bebé, la novia enamorada, el policía y el ladrón, el arriero, el abogado, el matador de toros, el albañil, el doctor, el futbolista que mete el gol, el sacerdote, el juez, el presidente y el rey… Todos gritamos.
Excepto el profesor. A nosotros no se nos perdona.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • Nicandro Gabriel Tavares Córdova

    ¡EXCELENTE ARTÍCULO ! Felicidades mi querido Jorge. Me encantó tu artículo y me apresto a compartirlo a mis contactos. Gracias por tan valioso envío.

  • Eduardo Rodríguez

    Siempre interesantes tus artículos. Ahora hasta escribiendo se grita: ¡FELICIDADES! (Con las mayúsculas)

  • Ruth Romo Flores.

    Articulo de tarea para los maestros, como oración de todos los días. Jorge tan acertado en tus artículos y yo te grito ” GRACIAS” por recordar lo que debemos hacer.

  • Laura Atienza

    Como siempre, es un placer leer tus artículos.
    Estoy en espera del siguiente.
    Felicidades

  • miguel ángel regalado zamora

    EXCELSO!EL MUNDO QUE ME PRESENTAS ES MÁGICO.MUCHAS GRACIAS.

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