Enseñar para pensar

 en Miguel Bazdresch Parada

Miguel Bazdresch Parada*

Al final del calendario con número 2020 el mundo empieza a respirar de nuevo, con la esperanza de vencer, por lo pronto, los efectos de la pandemia Covid-19 y, quizá, más adelante las causas de ésta, más complejas y vinculadas a la forma de vida de la mayoría de los países del mundo. Ahí está la posibilidad de un punto de inflexión del modo de vida de la mayoría de nuestras sociedades posibles por ciertos supuestos ideológicos y pragmáticos cuya vigencia la pandemia universal ha puesto en cuestión.
En el mundo de la educación se plantea un cuestionamiento con mucho fondo. En síntesis, se trata de una inevitable pregunta ¿de verdad estamos, vivimos, queremos una sociedad del conocimiento? Después de la apuesta universal a la ciencia y sus hallazgos basada en la hipótesis de la posibilidad de construir un mundo global, basado en la mejoría de los modos de vida locales, verificamos día con día una “globalización” elitista, con grandes beneficios para ciertos grupos sociales de ciertas naciones y grandes pobrezas para otras, la mayoría, sin solución después de intentar variadas formas, dictadas en principio por los avances de las ciencias, de resolver la desigualdad inhumana y rampante. Por ejemplo, apostar a una escolarización universal de 12 años, aun realizable en un bajo porcentaje de personas y con resultados aun inciertos.
De esos no–resultados procede un examen detallado de esa sociedad del conocimiento. Una primera conclusión es la realidad de una sociedad del desconocimiento, nombrada así por los estudiosos del tema. El sistema de selección del conocimiento útil basado en una macro especialización de éste, de manera inevitable deja de lado la búsqueda de conocimientos necesarios para superar ciertos males aceptados, y no atendidos en los hechos. Y como corolario queda la inequidad de la distribución del conocimiento. Y así, nuestro desconocimiento global, complejo, resulta mayor cada vez.
Tal situación es relevante para la educación y las instituciones encargadas de ofrecerla y cuidarla. La educación pide ofrecer los procesos de conciencia necesarios para lograr en niños y jóvenes la intelección reflexiva del mundo en el cual viven; para apropiarse del mismo y entender su funcionamiento. Esa intelección reflexiva del conocimiento en acto hace ver, de manera inevitable, la ignorancia y la incertidumbre. Y aquello de lo cual aun no sabemos. Por ejemplo, de dónde viene y cómo se genera un virus. Conocer nos avisa de lo desconocido y nos obliga a pensar de manera compleja, pues nos hace ver la complejidad de la vida, el mundo y su convivialidad.
De ahí la importancia de aprender a confiar en el conocimiento a la vez de aprender a buscar y rebuscar lo nuevo cuando conocimiento y confianza se ven cuestionadas por la realidad. Sólo una escuela atenta a los dinamismos sociales vigentes hará la tarea de lograr estudiantes, personas con dominio del pensar para transformar.

*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx

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