Empoderamiento parental: una fuente de rezago educativo
Marco Antonio González Villa*
A partir de que el rezago educativo fue considerado un factor que devela pobreza económica de un país, y que Julio Boltvinik ha abordado y explicado en diferentes espacios, dejó de ser un objetivo a considerar en el plan de mejora de las escuelas, dando prioridad a datos estadísticos obligados a incrementar como son la aprobación y el aprovechamiento, sin considerar el desempeño, enfocados sólo a subir los porcentajes en cada uno de ellos. Los gobiernos del PAN y el PRI avalaron este cambio en la forma de trabajar el rezago: importó más, tal vez exclusivamente, la certificación que el aprendizaje, algo que la OCDE ha señalado en diferentes momentos. El rezago educativo, entendido como un desfase o no logro en el establecimiento y consolidación de los aprendizajes, o con mayor precisión, significado como no contar con educación escolar básica a la edad de 15 años, lo cual dejó de tener importancia en el ámbito educativo.
Implementar una medida como esta propuesta desde los altos mandos políticos, requiere siempre de la actuación y complicidad, de los diferentes actores sociales, como el papel que han jugado en ello autoridades educativas, algunos y algunas docentes, no la totalidad obviamente, pero se requería de un alguien social que tuviera cercanía relativamente constante con docentes y estudiantes, al mismo tiempo que pudiera cerciorarse que la aprobación y el aprovechamiento realmente se incrementaran: los padres y las madres así resultaron aliados perfectos para concretar este nuevo enfoque.
A partir de ese momento se ha ido promoviendo un empoderamiento parental que posibilite, a través de las facultades y actitudes que este poder les ha dado, una descalificación y cuestionamiento de la labor docente, de tal suerte que una calificación baja no depende ya de un desempeño que no demuestra aprendizajes logrados, sino que es el resultado de una valoración errónea o de la intransigencia, prepotencia o falta de empatía, profesionalismo o ética de las y los docentes, por lo que es preciso confrontar a aquel que ha osado colocar un número que resulta ofensivo a los ojos de un padre o madre que dice conocer muy bien a su representado, aunado a su amplio conocimiento de didáctica, modelos pedagógicos y, cual big brother, de todo lo que pasa en el aula, aún sin haber estado, lo cual es totalmente incomprensible.
Este empoderamiento ha llevado, en muchos casos, a que baje el nivel de compromiso y esfuerzo de cada estudiante sabiendo que mamá o papá puede conseguir con sus reclamos, avalados por una autoridad, que le otorguen una calificación mayor: así, el empoderamiento parental, se ha convertido en una fuente de rezago y desfase que limitará la adquisición de conocimientos y, peor aún, al desarrollo de habilidades y procesos cognitivos, lo cual impactará en la vida de cada niño, niña y adolescente.
Se requiere entonces, hacer una valoración sobre los efectos educativos que puede generar este empoderamiento y tomar las medidas necesarias en bien de la comunidad estudiantil y de la dignificación del trabajo docente ¿alguien ha enfrentado a un padre o madre empoderada? Es algo que no se le desea a nadie, se dice popularmente ¿o sí?
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. antonio.gonzalez@ired.unam.mx