El poder de la educación
Miguel Bazdresch Parada*
Primavera y verano de este años serán estaciones con manifestaciones extremas de sequía y de calor, lo cual pide cuidados extremos en el consumo de agua y de protección ante el calor. Todo según los pronósticos de los enterados en esos temas. Y cuando llegue la lluvia quizá sea tormentosa y nos pedirá otros cuidados. Comportarse para disminuir las consecuencias de esas manifestaciones extrema del clima piden una educación específica. Basta observar las consecuencias catastróficas de muchas de esas manifestaciones climáticas, con un saldo de destrucción material y a veces de vidas humanas. Si no nos hemos educado en los hábitos de protección, la realidad destructora nos daña y perjudica, individual y socialmente.
¿Cómo cuidar el consumo de agua? ¿Cómo reducir los efectos catastróficos de los fenómenos climáticos extremos? ¿Cómo preparar elementos de restauración para reparar los efectos de las pérdidas inevitables? Preguntas en cuya respuesta la educación puede y debe jugar un papel central. Es loable que después, por ejemplo, de un temblor se les enseñe y eduque a los escolares para que conozcan cuáles son las acciones y conductas de cuidado personal y colectivo capaces de evitar o al menos disminuir efectos graves de los temblores. Es triste y lamentable que una vez pasada la emergencia y se vuelva a la normalidad, se suspendan esas prácticas de protección, “pues ya pasó todo”.
Proteger el agua, el aire y el medio ambiente en general requiere una cultura. Y esa cultura, para ser eficaz ha de ser conocida por la gran mayoría de la población con independencia de su situación y escolaridad. Construir, enseñar, aprender y difundir una cultura de protección del medio ambiente ha sido una ausencia crónica en nuestro medio educativo. Se ha desaprovechado el poder de la educación para lograr esa cultura, la cual hoy es un imperativo ante las consecuencias del deterioro ambiental. Cierto que, para muchos escolares, de todos lo medios y todas las latitudes, esa cultura puede resultarles inútil o sin importancia, pues los efectos sólo los sienten y viven hoy ciertos grupos de población. Justo es esa la situación en la cual la educación escolar o no, puede demostrar que de verdad tiene el poder que, de palabra, le asignamos a esa función clave de la vida humana.
La llamada nueva escuela mexicana es omisa en estos puntos de cultura medioambiental. Desde luego sí incluyen en la propuesta enseñanzas generales sobre el tema. Sin embargo, para de verdad lograr una cultura relativa al tema se requiere una prioridad mucho más exigente. Por ejemplo, una preparación sólida y pertinente del personal docente de todos los niveles, prácticas en las prácticas dentro de los recintos escolares mucho más exigentes que las meras exigencias de no tirar basura o de “cuidar el agua” en los cuartos de baño. Por ejemplo, repensar la importancia cultural del transporte escolar, dirigida a evitar el “llevar a los niños y las niñas a la escuela” en un automóvil por familia y a veces por niño o niña. Lograr esa práctica parece trabajo para un Goliat moderno. Ese son los educadores: maestros, padres y autoridades.
Se puede empezar a pensar bajo el imperativo de evitar el negocio particular en dicha práctica y de lograr una reducción notable en la circulación de autos particulares. ¿La educación puede?
*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx