El Chente

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Con El Chente se muere también el macho bragado con pistola al cinto, cejas de gusano azotador y voz sin florituras, abierta, acaso meliflua a voluntad a base de solfeo, y traje de charro con abotonadura de plata.
Se muere la canción ranchera expresada con la sinceridad del Huentitán de las afueras de Guadalajara, el pueblo auténtico que hace mucho se tragó la metrópoli. El gritón del “mijo” y el “a-ja-jay”.
El Chente bautizado así por Raúl Velasco (el viejo Midas de la canción telepropagada). El Chente de las películas de bajo presupuesto filmadas para generar una leyenda popular. El último charro genuino al que las canciones vernáculas aún le concedían cierta verosimilitud de un México superado con la fe neoliberal y el desprecio campestre. El charro de provincia que lucía aún las patillas de los años 70 y el bigote apenas combinado con camisa de corbatín y tarugos de hueso.
Para una idiosincrasia nacional que se aferra a símbolos, se murió el último de sus estereotipos. El cantante de “Volver, volver, volver” que tuvo el tiempo para fundar una dinastía y un rancho de pura sangre.
El águila y el nopal están impresos en una hebilla de alpaca y unas botas de tacón cubano para afeitar las banquetas de la ciudad. Donde estuvo el caballo hoy se estacionan las pick-up con aire acondicionado. La reata que sometió vaquillas se anuda para sortear piñatas de progenie varia. Los héroes de la nostalgia cantan “Guadalajara-Guadalajara… Los “Colomitos lejanos” se fraccionaron en cotos a los que no llega el Infonavit y pistas de trote que ambientan los domingos aeróbicos. Ahí quedó El Chente: en el “playlist” del Spotify que se reproduce en el i-Phone cuando se atraviesa la Calzada Independencia. En las posadas donde Maluma hastía a los adultos y el tequila se difunde con generosidad vernácula.
Los sintetizadores están en busca de una tradición musical que le dé continuidad a una identidad sin definiciones.
El icono regional cuyas manos indiscretas rozaron zonas prohibidas de doncellas azoradas y corazones de fanáticos de clóset, hoy estremece con el desenlace de una muerte esperada. Lo verdaderamente mexicano está en el panteón, asamblea de solitarios que se debaten contra el olvido. Ahí seguirá grabando su propio nombre en una penca de maguey.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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