Educación ¿para qué?
Miguel Bazdresch Parada*
Desde tiempos inmemoriales, el ser humano pensó y se dio cuenta de la necesidad de cultivar su cerebro para tener herramientas, ahora llamado conocimiento, con las cuales entender y aprovechar el mundo, cosas, fenómenos y personas con las cuales convivía.
La autora nicaragüense Gioconda Belli, en un magnífico y recomendable libro, “El infinito en la palma de la mano”, escribe cómo descubrió un viejo texto en la biblioteca de un familiar, titulado “Grandes libros secretos”, el cual trataba de “textos apócrifos, versiones del viejo y nuevo testamento no incorporadas al texto bíblico oficial”. Decidió leerlo y la lectura le produjo, en sus palabras, “Presa de la excitación de quien hace un apasionante descubrimiento…” y describe cómo en ese momento decidió escribir sobre Adán y Eva.
Llamo la atención del lector sobre cuatro verbos usados por la escritora: excitación, apasionante, descubrimiento y decisión. Sin decirlo, ahí está condensado el proceso educativo. Transcribo parte del primer párrafo del capítulo primero del libro de Belli, en el cual habla el protagonista, Adán, cuyo despertar confirma el centro de lo humano: educarse. “Y fue. Súbitamente. De no ser, a ser consciente de que era. Abrió los ojos, se tocó y supo que era un hombre, sin saber cómo lo sabía. Vio el jardín y se sintió visto. Miró a todos lados esperando ver a otro como él. Mientras miraba, el aire bajó por su garganta y el frescor del viento despertó sus sentidos. Olió. Aspiró a pleno pulmón. En su cabeza sintió el revoloteo azorado de las imágenes buscando ser nombradas. Las palabras, los verbos surgían limpios y claros en su interior al posarse en cuanto lo rodeaba. Nombraba y vio lo que nombraba reconocerse…”
El libro, al fin obra literaria, nos deja ver cómo la escritora se imagina cómo avanza el ser humano a ser consciente de la conciencia de sí. Del sueño a la conciencia. ¿Habrá otra manera más sucinta de comunicar en qué consiste educar, educarnos?
Educarnos convoca todo lo que tenemos, somos y queremos. Emociones, sentimientos, saberes, experiencias, recuerdos, necesidades, deseos, búsquedas, convicciones, certezas, ignorancias y dudas; lo material y lo inmaterial, amores y desamores. Aquí está la pregunta de muchas personas, educadores incluidos, sobre cómo ese bagaje personal se “arregla, se organiza” para producir conocimiento tanto de mi persona como de todo lo demás, personas, mundos y sueños.
La primera acción, a veces automática y por eso insuficiente, es reconocer la diferencia entre “conocernos” y “conocer a otros y a la realidad”. Conocer a otros no se cumple sólo con conocer quién es o qué es la cosa, cuáles son los hechos. Esta segunda acción nos mueve hacia cuál es el interés. ¿Existe una moción para buscar e identificar cómo es aquello que estamos interesados en conocer? Despejado el cómo nos enfrentamos, tercera acción, a por qué está aquí y cuál es su realidad. Y con el porqué resuelto nos aparece, cuarta acción, la valoración: ¿de verdad es así, con esas características y por esas causas?, ¿estamos equivocados, ilusionados? Con el valor del resultado de mi búsqueda, puedo compartir con otros y relacionarlo con lo encontrado por ellos, quinta acción, compartir.
Bien visto, ¿no son estos los sucesos en un aula de clase, o los del itinerario de una investigación, o los pasos necesarios para tomar una decisión? Educar, educarnos, aprender, colaborar, darnos cuentas, conocer, reconocer, crecer… lo constitutivo de humanizarnos en la acción de eso llamado vivir y convivir con los demás humanos y no humanos.
¿Y la respuesta? ¿Para qué nos educamos? Para tomar conciencia de quiénes somos, con quién convivimos. Para humanizar este mundo, humanizándonos. Para hacer de la vida una acción permanente de descubrimiento de nuestra conciencia y reconocernos con y en ella, la nuestra y la de los demás, con nuestros actos de todos los días, sus gustos y disgustos, material precioso para descubrir la realidad y emocionarnos con ella. Para ser capaces de decir como el Adán de Belli: “Así fue. Súbitamente…”
*Doctor en Filosofía de la Educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx