Educación 2D

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Quienes no son sensibles a las costumbres de las generaciones más jóvenes o tienen una inmoderada admiración hacia la tecnología, suelen argumentar lo mucho que los niños han desarrollado sus habilidades tecnológicas durante el último año y medio. Se trata de papás que crecieron con radios de transistores y jugaron con el telepong. Los que vendieron todos sus discos de acetatos (en los que sobresalían Lupita Dalessio y Camilo Sesto) para rehacer con entusiasmo su acervo con CDs. Ésos. Los que compraron los primeros Ipods que salieron al mercado y se leyeron varias veces –y pueden recitarla de manera canónica– la biografía de Steve Jobs.
Todos los que consideran que los niños del siglo XXI “nacen con un chip” y han preferido comprarles a sus hijos una “tablet” en vez de un yoyo. La gente que se conmueve con la foto digital de un atardecer en la playa (alterada con Photoshop) pero desdeña al viejo mugroso que pide limosna en la esquina.
Durante las clases virtuales a las que nos orilló la pandemia, los alumnos encontraron maneras de driblar la supervisión de sus maestros digitales: mediante aplicaciones oportunas, los estudiantes más precoces pudieron insertar videos de sus caras para simular su presencia durante las sesiones en Zoom, mientras fortalecían su malicia haciendo cosas más atractivas como jugar X-Box, chatear con un amigo anónimo de Australia o atrever un “Tik-tok”. La treta sólo pudo ser descubierta por los maestros que creen en la educación como una actividad interactiva; los demás dieron clases expositivas a los fantasmas.
La educación en dos dimensiones carece de profundidad. Ocurre como un acontecimiento distante que se observa y se olvida. Como testificar el paso del tren desde la esquina o ver llover ventanas adentro.
Los alumnos que vuelven a las aulas dejan un saldo pendiente en sus aptitudes sociales. Su amistad está delimitada por Facebook. Su simpatía se define por pulgares arriba y comentarios rematados por un “like”. Son intolerantes, generalmente necios. Sustentan sus conocimientos en “fake-news” y toda su fe en el catálogo de Netflix. Apologetas de malandros y fans de equipos europeos de futbol sin público.
Una generación que ha dejado entre paréntesis la existencia, cuyos paseos se llevan a cabo desde la nube y entre saltos de páginas vistas a medias. Ni siquiera completas. Observantes de contenidos riesgosos y admiradores de héroes del “anime”, el avatar se interrelaciona como un sucedáneo estremecedor.
Como vamos, la vida requerirá una batería de litio, una pantalla de retina y un confiable proveedor de internet.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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