Echar la sal

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Paradójicamente, para los mexicanos “echar la sal” es una dulce venganza. Significa que alguien es tan deleznable que le deseamos lo peor: el fracaso de sus propósitos. La maldición en su vida.
Por su naturaleza, el efecto de echar la sal es de acción retardada, pero de amplio espectro. Incluye el desastre profesional, laboral y personal. Implica un aborrecimiento absoluto y el deseo de un perjuicio no cometido, apenas apetecido para alguien.
A quien le echan la sal todo le sale mal: le aparece humedad en las paredes de su casa y le chocan el coche estacionado. Hacienda le hace un requerimiento sin estar dado de alta. Le roban la pantalla plana. Al perro le da sarna. Gobierna la izquierda. Atlas no gana un partido. La reforma educativa da marcha atrás. SIAPA cierra las válvulas de la colonia a pesar de los diluvios.
Se dice que “está salado”. Los amigos se apartan de él con cautela. La novia aduce compromisos para no ir al cine. La Misa de 7 se cancela por falta de quórum. El rosal se queda pelón por culpa de una plaga misteriosa.
El salado camina por la vida como un zombi de Sayula. Pierde el apetito. Se baña a jicarazos. El coche tarda en el taller más de lo previsto y el Atlas seguirá sin meter gol.
La salación es un acto de encantamiento que se logra desde la lejanía, con el contubernio de los astros. Nace de la envidia, la revancha, la impotencia y la cobardía. El que maldice evita el enfrentamiento. Finge. Se oculta entre las sombras y las sonrisas y se alegra de los detrimentos ajenos como si fueran golpes francos.
Quien echa la sal reconoce su inferioridad. Su enanito corazón ejercita venganzas disfrazadas, cachetadas imaginarias, argumentos contenidos. Lo refiere a otros que también se jactan en lo oscurito, hablan en su dialecto, llevan las cuentas.
No hay mal que dure cien años ni salación que no se diluya. También Job tiene sus límites.
El salador, en cambio, se queda debajo de la mesa. Con la sangre envenenada y el rencor entre las cejas. La salación cumple ahí su cometido. También los babosos mueren de tanta sal.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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