Dormir

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Dormir es un acto de insolencia. El durmiente se abandona a la inconsciencia mientras el mundo rueda. En ese estado onírico, la lógica pierde sus lindes y las cosas toman otros rumbos, acaso los correctos. Quien duerme es un ser libre que navega a través de imágenes y sensaciones, si no seguras, nutritivas y catárticas.
Los poetas han definido el acto de dormir como una “muerte chiquita”. El trance siempre da la impresión de una brevedad insuficiente. El recién despertado no atina a reconocer el momento ni la situación: la duermevela retoma lo peor y lo mejor de ambas fronteras, donde la estupidez es el resultado intermedio, afortunadamente pasajero para la mayoría.
El sueño es una experiencia presente que echa a andar los miedos y las preocupaciones acarreadas durante el acto de vivir. Se besan princesas y se sufren persecuciones. Todos los mamíferos sueñan, tal vez para practicar sin riesgo las actividades indispensables para la supervivencia. Se despierta del sueño más diestro, mejor acondicionado para la vida.
A veces el sueño resulta tan placentero que el soñador nunca más despierta. La Bella Durmiente espera el cumplimiento de un deseo profundo que sólo llega por casualidad. Dormir indefinidamente es un artificio de encantamiento.
Otros, en cambio, se precian de dormir poco. Dicen que pierden tiempo. En esos casos, los sueños son formas de la vigilia. México tuvo un presidente que no dormía. Enviaba ejércitos a pelear contra enemigos imaginarios. Nuestro país fue el resultado del sueño despierto de un megalómano que vivió 100 años durmiendo poco.
Los letárgicos habitan otra realidad. En ellos, irse a ese mundo raro de los sueños, significa llegar. Son seres fantasiosos cuya mirada siempre está perdida. Duermen en los camiones y sobre las mesas. Su sueño es contagioso y no existe antídoto. Por eso los vigilantes (los que viven bajo la forma de la vigilia permanente, como el presidente ese) persiguen y recluyen a los soñadores.
Dormir alinea los chacras. Recupera las funciones de los órganos fatigados. Generalmente, la felicidad es una consecuencia de dormir con suficiencia. Dan ganas de vivir y de comer. A veces hasta se canta.
Los seres humanos han diseñado condiciones exhaustivas para dormir mejor: cortinas de luz impenetrable, camas mullidas, sábanas y cobijas como sucedáneo de las caricias con que el sueño abraza los cuerpos.
Algo de vulnerabilidad intrínseca conlleva el acto de dormir. Los soldados reducen el sueño para estar alerta. Hay animales que duermen de pie, listos para la huida.
En los bebés, el sueño se nota: crecen y se fortalecen. A los viejos se les espanta el sueño. Duermen poco y mal. Las pesadillas los azotan: ven muertos, sienten su presencia y temen seguir su invitación.
La vigilia es el sueño del sueño, donde todos habitamos sin saberlo. Dormir es despertar. Volver a nuestro origen de manera -casi siempre- temporal.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar