Desvelo

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Los periódicos justifican sobradamente las razones para no dormir. Nadie puede conciliar el sueño en un país en el que las ejecuciones ocurren en la esquina de la casa; la miseria alcanza cada vez a más personas y nuestros gobernantes dan la impresión de no tener idea de nada. El sueño se espanta.
Las peores cosas ocurren sin sol. Los padres precavidos obligan en sus hijos una hora de llegada razonable. La prostitución y el alcoholismo se propagan bajo un horario en que las señoritas decentes y los hombres trabajadores reposan en sus casas. Ninguna ambulancia suena más fuerte que en la madrugada. Las sirenas de la policía pierden todo su prestigio a las doce del día.
Tal vez el cambio de horario atienda al estigma de la noche y la prolongación del sol intente reducir los pecados sociales.
Comoquiera, la noche permite la existencia de lo siniestro. De lo escondido. Lo secreto. Los amantes. Los poetas. La fiesta.
Los poemas se leen cuando la luna se posa sobre las azoteas de la ciudad. Entre maullidos de gatos y el rumor de la gente que cierra las ventanas y destapa las camas. En ese momento comienza la poesía y el blues. El misterio que los antiguos exorcizaban con fuego y cuentos de viejos al interior de una cueva, donde las bestias y el desamparo no los alcanzaran.
La quietud de la madrugada obliga las preguntas esenciales –¿quién soy?, ¿qué es la muerte?, ¿dónde está Dios?– y aventura respuestas que la mañana disipa con la oficina y el tráfico de las nueve.
La noche admite la fiesta y el despilfarro. Los gritos y el rock. Los fuegos de artificio y la serenata que los vecinos remedian a pedradas.
Desvelarse significa atentar contra la naturaleza. Remar contra las costumbres. Somos seres diurnos. Los focos son el resultado de una especie que reniega de la biología. A diferencia de los gatos y de las luciérnagas, la noche nos convierte en criaturas vulnerables, susceptibles ante los peligros. El mayor de todos es el amor. Los amantes se esconden en la oscuridad. A tientas practican su transgresión. A solas auscultan su geografía y descubren que nadie existe más en el mundo. Sólo ellos y las estrellas.
La prosa, en cambio, es un género tempranero. Las razones requieren de la frescura que el verso dribla y reniega. La poesía está más cerca de los sueños y de la noche, como los surrealistas lo demostraron. Admite la divagación onírica y la incoherencia. Como el amor.
El desvelo aparta de la realidad. Inventa otro universo donde los espíritus deambulan como globos sin cuerda, en una ingravidez que no es de este mundo. Ahí, los noctívagos erigen una esperanza.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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