De debates

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

La connotación de “debatir” para los mexicanos es la de insultar, agredir o exhibir.
Desde la contienda presidencial del año dos mil, que dio como resultado el primer triunfo de la oposición en nuestra historia (si descontamos el discutido triunfo informal del Frente Cardenista del 88), el debate de los candidatos se convirtió en un instrumento mediático donde se prioriza la virtud pugilística sobre la discusión de los proyectos de nación. Los candidatos aplican todo su repertorio de golpes bajos: la difamación, la burla, la exposición de gazapos familiares… cualquier recurso que vulnere la integridad del oponente. Aunque no sea cierto. El objetivo es desgastar su imagen (la del contrincante) ante la opinión pública. El lema de esta estrategia se resume en la frase tácita de “no seré yo el mejor, pero el otro está peor”.
Nuestra democracia se sustenta en la violencia y el descarte: lo uno para reducir adeptos y lo otro para sustituir el voto.
Vicente Fox demostró que la presidencia se gana si no por simpatía del electorado, cuando menos por consolación. En efecto, la mayoría de votos hacia su persona significó un voto en contra o “de castigo” para el partido entonces oficial.
En el último round, Xóchitl simbolizó de forma tal vez inconsciente el revés de nuestro escudo como una solución contradictoria a la postura gubernamental, cuya inercia enfrenta ella y los tres partidos que representa. Paradójico que lidere a la oposición un partido que se mantuvo 80 años en el poder. También que los responsables de la denominada “concertacesión” (que consistió en un pacto teatral para repartirse entre dos el botín nacional)… y curioso, también que el partido que instituyó la izquierda opositora hoy se alíe con los restos de un gobierno tiránico… en fin, tres posturas tradicionalmente irreconciliables hoy se aglutinen en la forma de una candidata que cuestiona lo que abandera. La inversión del escudo que ella misma exhibió en cadena nacional es poética por involuntaria. Por plástica, significativa: el “México al revés” de los partidos que la postulan.
Los candidatos (Máynez sin posibilidad real de ganar), cumplen una función sobre el ring: la representación.
Si López Portillo tuvo la osadía de no tener rival en la contienda del 76, y “ganar arrolladoramente” pese al cinismo de ser el único en la boleta, cincuenta años después las tres opciones son dos: el pasado corrupto vs la continuidad imperfecta.
Campeones de la “Triple A”, a los mexicanos nos entusiasma la sangre y el sudor. En el paroxismo de la huracarrana aprestamos el acero y el bridón. La guerra consignada por nuestro Himno Nacional es contra el espejo. Somos los mejores peleadores de sombra.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalencia@subire.mx

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