Cuando los sueños se cumplen ¿todo termina?
Marco Antonio González Villa*
Cuando nos referimos al término sueños estamos pensando en aquellas metas, objetivos y anhelos que uno va teniendo a lo largo de la vida; algunos están pensados para alcanzarlos en un breve lapso de tiempo y otros están proyectados a un largo plazo. Unos tienen que ver con necesidades básicas, biológicas o fisiológicas, de aquellas que se ubican en el primer nivel de la Pirámide de Maslow y otros tienen una complejidad tal que traza un camino difícil para alcanzarlos.
Pero siempre tienen que estar presentes: se convierten en un proyecto o sentido de vida, se vinculan con las prioridades, pasiones o intereses de cada uno y, en términos psicoanalíticos, son movilizantes y/o motivadores. Algunos sueños son utópicos o tienen metas realmente inalcanzables, pero como señalan Eduardo Galeano y Joan Manuel Serrat, poética y líricamente respectivamente, retomando a otras fuentes: las utopías sirven para caminar, nos dice el escritor uruguayo que se complementa bien con la idea de caminante, no hay camino, se hace camino al andar, del cantante español. Se logre o no el sueño, lo importante es siempre ir tras él sin perder la esperanza.
Sin embargo, como veíamos en el título, hay una pregunta que podemos plantearnos, ¿qué pasa si acaban los sueños? Si los equiparamos con la noción de deseo freudiano, el psicoanalista nos diría que estamos en un punto de muerte, totalmente pasivos y en la completa inacción. ¿Es posible dejar de tener sueños? La experiencia cotidiana nos marca, al menos, dos posibilidades de que esto ocurra: 1) cuando se ha cumplido el sueño más grande de nuestra vida y lo alcanzamos y 2) cuando se tiene conciencia de que los sueños planteados no se van a lograr de ninguna manera.
En el primer caso, tenemos como ejemplo la película Soul de Disney, en donde un músico logra su más grande sueño y después de eso siente un vacío y una desorientación, un sinsentido; de hecho, muere en la película posterior a ese evento. El segundo tipo es más común, ya que miles de personas llegan a ese punto en el que comprenden que no van a conseguir nada de lo que alguna vez fueron sus sueños y sólo les queda frustración, desesperanza, resignación y un sinfín de emociones y sentimientos que desdibujan a alguien con los sueños rotos precisamente.
¿Hay entonces una opción para quienes ya no tienen más sueños por cumplir? Lo que voy a decir a continuación es en realidad una obviedad para padres y madres: los sueños de otros se hacen propios; el vínculo hace que, sin imponer nuestros deseos, vivamos los sueños de otros, por amor, por lazo, por sentir orgullo por una persona… cuando el vínculo emocional es fuerte y significativo con una persona, hijo, hija, pareja, familiar, amistad, alumno-alumna o persona admirada, se disfrutan y se viven como propios también sus sueños cumplidos. Una otredad vive en nosotros, hay una experiencia real de comunidad, hay, aunque suene a canción, sueños compartidos y así la experiencia se amplía y los sueños no terminan: se siente el sentir del otro.
Además de los sentimientos, los sueños es lo más personal, lo más íntimo que se puede compartir: en un mundo de pocas oportunidades para muchos, frustrante en muchos sentidos, de pocos sueños logrados en lo individual, vivir los sueños de un ser amado o apreciado siempre será una opción que nos une y nos hace experimentar un logro de manera conjunta o si no, al menos, podremos caminar juntos en su búsqueda. Tal vez no cumpla todos mis sueños, pero podré compartir y vivir los sueños de alguien más: no es un consuelo, es una experiencia afectiva ¿no?
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]