CFE y Prometeo

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

En el clímax de su condena, Prometeo no imaginó a sus herederos como acaparadores del fuego, domesticado en la forma de la luz. A través de la Comisión Federal de Electricidad, el castigo de su padre, Zeus, se transfiere a multas y cortes de la burocracia olímpica con que todos los días se actualiza el festín de vísceras que los buitres le devoran.
Los sicarios de la luz no admiten pretextos: un día de atraso significa la tiniebla.
En la mesa de la morgue mitológica se debate su pertinencia. Un servicio de todos que no pertenece a nadie. Las antorchas de Prometeo se venden a plazos, en higiénicos recibos que consignan los medidores de las casas. Como una secta institucional, traidores de la domesticación del fuego, sus hijos levantan censos, expiden notas, cobran y venden el servicio.
La civilización se resume a hogares que funcionan con electricidad. Diez mil años de evolución se condensan en un hombre que mira el televisor, una mujer que calienta café en el microondas, una adolescente que recarga la pila de su teléfono celular… Lo que se necesita se compra. La felicidad se mide por kilovatios. Los hombres de la luz son gente tradicionalista que sigue jurando fidelidad a Zeus. Afuera de la Comisión hay coyotes prometeicos que rompen los sellos a cambio de gracias. Una reivindicación del atrevimiento del titán. Y un billete de sor Juana.
El negocio de Las Vegas está en la difusión permanente de la luz con la que sus casinos desfalcan ingenuos bajo el trance del desvelo. Sin ese ardid, no sería nada; una ciudad como cualquier otra.
La noche nos regresa al pasado. Oscuridad es desamparo.
Los pueblos sin luz son pueblos a los que no les ha llegado el siglo XXI. Ni siquiera el XX. La riqueza de los países se mide por la cantidad de focos que se prenden en casa. Perder el servicio representa una forma de involución.
Los mexicanos hemos encontrado la estrategia para robarnos el servicio mediante el uso oportuno de los inmejorablemente denominados “diablitos”: artificios para colgarse de la luz que otro paga. Encarnamos una falsa prosperidad: unos cuantos que lo tienen todo mientras los demás se sostienen de sus despojos.
Así, la luz que es de todos sólo la tienen algunos. Los que la pagan o la prestan.
Todos los días, Prometeo regresa al fuego. Lo roba otra vez para regalarlo. Vuelve a desafiar a su padre mientras los mexicanos nos contentamos apenas con la resolana. Y los hijos de Zeus condenan a los titánicos descendientes con cálculos contables, recibos que nunca llegan y multas.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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