Casa

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Entre una persona y el mundo, está la casa. Lugar para dormir, vivir, protegerse, apartarse… Si los animales son capaces de construir sus nidos y sus madrigueras acopiando materiales precisos como varas, piedras y lodo; los seres humanos lo hacemos mediante la acumulación del dinero. El dinero compra ladrillos, vigas y cemento y albañiles capaces de levantar muros, escaleras y techos.
No existe la casa de los sueños. Uno vive donde puede, según los recursos y las necesidades.
Lo difícil de una casa es atinar los espacios. Todos quisieran un jardín de dos hectáreas y una recámara donde quepa un elefante. En el mundo real, las familias parecen adaptarse al espacio, no al revés. El advenimiento de los departamentos como solución a la vivienda significa que la población ha crecido de manera desproporcionada, que a nadie le alcanza para vivir en un rancho y que el prestigio de la familia extensa se quedó enterrado en otro siglo.
Se ha llegado al exceso de vender casas a medio terminar, sin pisos ni enjarres, sin armarios ni baños. Se espera que el usuario pague el costo de la casa y además los terminados que faltan. Por lo tanto, la mayoría de las veces la casa así se queda. O son las propias manos del habitante las que harán lo que puedan. Podrán poco y mal. Las tuberías tendrán una vida útil de dos años y el salitre será el inquilino menos deseable pero más contundente.
Por definición gramatical, estar casado es compartir casa. La consumación del matrimonio ocurre cuando se cierra la puerta con llave. Lo ocurrido en la alcoba sólo es anecdótico y secundario. En el mundo hispanohablante, el estado civil se define por la posesión o carencia de una casa. Estar “casado” y vivir con los padres significa tener un matrimonio de mentiritas. Aceptar la sujeción a la voluntad de otros. Esa relación nunca tendrá un cauce feliz. La apretura económica obliga a veces tales sacrificios.
La renta de una casa es una posibilidad que Infonavit bendice. El fondo para la vivienda suele inclinarse hacia lo barato y lo feo. De poco sirve partirse el lomo tantos años para tener un crédito que cubra una propiedad cuyo valor debe finiquitarse mediante el empeño de casi toda la quincena. Es mejor que nada pero nada a veces resulta más digno. Muchas familias terminan rematando su deuda.
El alquiler se determina principalmente por la zona. Hay casas grandes y bonitas que cobran rentas módicas si alguien admite vivir cerca de las Plazas Outlet y hacer un trayecto en coche de hora y media al trabajo. Cuando el coche se descompone, adiós al trabajo. En ese caso, el ahorro en la renta se compensa con los tres tanques y medio de gasolina a la semana, los continuos descuentos laborales por llegar tarde y la exposición de ida y vuelta a un accidente fatal sobre una vía automovilística que ya no se considera urbana.
Como el agua en el vaso, los habitantes se adaptan a la casa que los contiene. Hay ejemplos de hacinamiento dignos de un récord Guiness: familias enteras que viven en un cuarto. Edificios de interés social que por sí solos constituyen una ciudad dentro de la ciudad.
Los caracoles llevan su casa a cuestas. Se mudan con todo y todo, como los nómadas: su techo era el cielo y sus patios, las estepas. No pagaron renta ni construyeron nada; no dejaron constancia de su presencia en el mundo. Las casas son la prueba de una existencia que ya pocos heredan.
Una casa es la extensión de las personas. Su interior está poblado de cosas, la mayoría de las cuales pierden día con día su valor material y ganan, proporcionalmente, un apego sentimental. Las cosas y las casas dicen de nosotros quiénes somos. Definen nuestra esencia: nuestros miedos y ambiciones. Empezar a habitar una casa es elegir un camino para comenzar una historia. Alguien la contará un día, con omisiones y florituras.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • Chary

    Lo difícil de una casa, es dejarla…

  • Nicandro Gabriel Tavares Córdova

    Me gustó mucho este artículo, porque pinta una realidad que me recuerda a La Familia Burrón y también a aquel muy viejo comercial de radio que escuchaba yo en mi juventud: “Hogar, dulce hogar, sí; pero con dulces Ralf”.Felicidades a Don Jorge Alberto Valencia.

  • gabi

    Yo quiero ser un caracol

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