Calcetines

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

para Paula, “chaira” confesa

La civilización se sustentó hasta hace poco en la costumbre de usar calcetines. Los bárbaros o quienes vivían en las peores condiciones, se limitaban a andar “a raiz”: los huaraches, el polvo, los pies con la agrietura del trabajo interminable, generalmente en el campo.
En la ciudad, los zapatos de baqueta se compraban con calcetines que combinaban y una corbata oportuna. Los “modales” se vendían aparte: en la escuela, la tele, los coscorrones de mamá.
Desde hace algunos años, los jóvenes comenzaron a utilizar chanclas como un gesto más de irreverencia. El mensaje está en la convicción para no ceñirse a las costumbres. Ni a las buenas ni a ninguna.
Si en los años setenta las “calzaletas” distinguían a las criadas, hoy se ostentan incluso con sellos deportivos que cuestan más que los trajes que se pretenden evitar.
Entre algunos jóvenes circula la tendencia de no consumir ropa fabricada en las maquilas con que los monopolios mundiales abusan de la necesidad humana. Las tiendas de Andares venden ropa que vale 500% menos del precio que la gente paga para “andar” a la moda. Ropa hecha en Singapur, en Vietnam o en Perú con mano de obra barata y tecnología de Europa.
En el mercado de Mezquitán se revende ropa de doble uso sin el cocodrilo de la opulencia ni la palomita de la aprobación social. Comprar ropa en las “boutiques” de la alta costura popular significa asumir una culpa que por lo pronto ellos no están dispuestos a asumir.
Lo mismo la bici frente al coche, las verduras frente a la carne y el laicismo frente a los dogmas.
Difícilmente los promotores de esa tendencia podrán mantenerse por siempre al margen de la inercia comercial o social, pero el intento es loable. La conciencia se contagia. Luego tendrán un empleo donde les obliguen el uso de los calcetines y una corbata que ya no necesariamente les combine. Comerán en restaurantes adyacentes a los rastros para cerrar un negocio jugoso y conducirán automóviles que demuestren su “status” social.
Por lo pronto, existen opciones. La ideología oficial ya no se vale de la evidencia. Aunque la tele abierta se reduce a pasos agigantados (el advenimiento del intenet ha favorecido la libertad de elección), siguen vigentes los patrones y los estereotipos. Se nota en el “beer-pong” que juegan todos los jóvenes del mundo, el vocabulario “chairo” que sobre todo es una pose y las pocas ganas para ligarse a un empleo formal, un matrimonio bendecido por un hijo o una deuda hipotecaria a largo plazo.
Pareciera una generación más consciente de su aquí y ahora. Si no todos, esos pocos tienen en sus manos la oportunidad histórica para modelar otro horizonte nacional. El principio está en no preferir la corrupción. La práctica de la compasión como una esencia del ser y la búsqueda de soluciones creativas para resolver la injusticia, la carencia de servicios dignos de salud, la vivienda, la movilidad, el crecimiento urbano sin planificar…
Los calcetines no tienen por qué ser del mismo color que los zapatos. Ni siquiera tienen por qué resultar indispensables.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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