Cabello

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Parte de la imagen de los hombres y de las mujeres a lo largo de la historia de la humanidad, el cabello representa el remate de la identidad, la posición social y el estado de ánimo de quien lo porta.
Casi siempre las mujeres lo han llevado largo, asociado con la seducción. En la leyenda bíblica, para Sansón significa fuerza y poder. Los Luises de Francia lo simulaban exhaustivo a través de pelucas intrincadas y maquillaje colateral. Los romanos lo preferían corto, tal vez por la practicidad de su higiene. Los hombres sagrados de la India lo dejan libre y suelto como hábitat complaciente para toda clase de insectos. Los hombres rudos lo rapan y las mujeres de campo lo trenzan para disimularlo bajo los velos de la modestia.
María Magdalena lavó los pies de Jesucristo con sus propios cabellos. Signo inequívoco de fe y erotismo con que se fundan las religiones.
Como extensión de sí, los pelos de la cabeza enarbolan la personalidad: aumentan la grandeza o minimizan las virtudes. Hitler no espantaba a nadie con sus pelos lacios, sin encanto; por eso precisó de Goebbels, de Himmler y de sus secuaces para infundir miedo. Napoleón se distinguió de los reyes en la probidad de su peinado, mientras que el Che Guevara dio testimonio de sus convicciones con la libertad de una cabellera generosa, apenas amansada por una boina emblemática.
En los últimos años, la moda está impuesta por prototipos publicitarios que se contraponen a través de escalas interminables que las temporadas determinan y los peluqueros agradecen y difunden: corto, largo, otra vez corto…
No todas las cabezas admiten cualquier usanza. Las mujeres deben ser muy bonitas o mayores para lucir una cabellera corta, mientras que los hombres obesos o chaparros no se ven bien con el cabello largo, con excepción de Ozzy Osbourne.
Nada hubiera sido de Camilo Sesto con alopecia ni de San Francisco con una mohicana tipo Arturo Vidal. Cenicienta no podría ser pelirroja ni Marilyn Monroe haber usado extensiones; Porfirio Díaz con peinado afro ni Michael Jordan a lo Benito Juárez.
Con toda su banalidad, el pelo define la personalidad de quien lo presume. Los presidentes se someten al rigor de las tijeras (con excepción de Carlos Ménem); por el contrario, los trovadores, al riesgo de los piojos. Las princesas que imaginó Disney atraen más por su pelo que por sus aptitudes intelectuales. Los soldados explican su profesión por el peinado.
Carta de presentación, símbolo inmediato, mensaje más allá del mensaje…, el cabello dice mucho de nosotros: si nos bañamos o no, si somos chairos, si votamos por la derecha, si leemos Proceso, si tenemos 20 o 50 años y si escuchamos a Metalica o a Christian Castro.
Pero a veces, no. A veces sólo es pelo y hacemos con él lo que podemos.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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