Bibliografía de la tiniebla

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Todo el mundo tiene un libro en mente, listo para publicar. Existe un reconocido refrán popular que asocia la madurez con haber tenido un hijo, plantado un árbol, publicado un libro.
A Juan Rulfo le bastaron dos libros de pocas hojas para convertirse en el mejor narrador en español del siglo XX. Y para dejar definida la esencia de nuestra cultura.
Balzac, en cambio, publicó cientos de miles de páginas para interpretar la nacionalidad francesa. Se propuso describir los detalles más exhaustivos de una sociedad en convulsión. A Rulfo le bastó un tono, una frase, una metáfora. Tanto la contrición como la dispersión son símbolo de dos pueblos opuestos. Nosotros tendemos al silencio; ellos, a la abundancia.
La mayoría de la obra de Kafka se publicó de manera póstuma, pese a sus deseos de ser incinerada. Sin él (sin Joyce, Faulkner), la narrativa contemporánea habría tomado otro rumbo.
Los libros son pájaros sueltos que se reproducen en los corazones de los lectores, sin ambición ni forzadura. Fuentes se empeñó en demostrar la mexicanidad a través de ensayos y de monólogos excesivos que antes otros ya habían gestionado. Fuentes es el locutor de un México en busca de identidad; Rulfo, del México original, sin rebeliones ni pretensiones. Si la literatura es alegoría de la vida, el libro es el disipador de los significados que una sociedad (en tiempo y lugar) puntualiza y argumenta.
Seguramente, Cervantes no se propuso fundar la novela. El Quijote cierra una costumbre literaria y abre una postura estética.
Además del asunto que declaran o de la propuesta artística que plantean, los libros dan cuenta de una posición histórica: la del grupo que la publica y de la gente que la acoge o rechaza.
Hoy día no se requiere infraestructura. Ni siquiera es preciso imprimir una obra; puede difundirse de manera digital, lo que abarata y simplifica el proceso de publicar.
En la época de las opiniones contundentes y el desprecio hacia la crítica especializada (es decir, los que en verdad saben), todos tienen algo que decir. Y lo dicen. Aunque se trate de lugares comunes y de manifiestos inopios.
Bajo el paradigma neoliberal, el prestigio de los libros yace en criterios cuantitativos. La “cultura” se adquiere recorriendo museos o acumulando títulos (aún intrascendentes). La publicación reproduce los arquetipos, aunque se trate de superación personal o de recetas oligofrénicas para ser feliz.
Entre tanto, basta el título para desechar a la mayoría y replantear los fundamentos de la esperanza. La ignorancia se recicla con todo y firma de autor. Cuando la bibliografía de la tiniebla se cita por los testaferros de la impostación, resulta más digno (combativo, certero) el silencio.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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