Barrio

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Los antecedentes de los cotos son los barrios. Guardan una relación intermedia entre la aldea y el gueto. Representan una experiencia urbana dentro de una urbe. Muñeca rusa habitacional, son el corazón del corazón de una ciudad.
Nadie elige un barrio. La pertenencia se da por imposición parental; el arraigo, por la costumbre. Sus calles son los sucedáneos del destino y su gente, karma, extensión, familia y tribu.
Como un hormiguero.
El barrio es la zona más segura en la inseguridad. Los vecinos se cuidan y se protegen. Los foráneos son extranjeros y, a veces, también enemigos. Todos se conocen en el barrio. Saben el nombre de sus padres y de sus hijos, las enfermedades que padecen y las alegrías que también sufren. Una boda es boda de todos; un entierro y un crimen. Un bautizo y unos quince años. Todo es motivo de fiesta y lamento.
Los barrios ponen nacimientos en Navidad y altares en Día de Muertos. Reciben bendiciones de la Virgen en octubre y balazos entresemana.
Ahí todos son personas célebres. El mecánico con su taller eterno y la costurera con sus remilgos de milagro, la tamalera y el compositor de rancheras, el futbolista que triunfó antes de caer en el alcoholismo y el político en fuga. La reina de la feria y el Cristo de la Semana Santa; el malandrín y el policía, la enfemera, el abogado, el gordo sin más méritos que sus kilos, la solterona, el viejo que recoge perros, el seminarista que será cura y el filósofo que habla latín. La prostituta y el poeta, el reparadador de celulares, los gemelos, el flaco con labio leporino, el payaso de esquina y el sobador cachondo, el tejuinero, el boxeador que pospone el campeonato, el papá soltero, la sanadora que ve a los ángeles, el raro, la maestra de escuela, la adolescente embarazada…
Las celebraciones son actos cotidianos que ameritan una calle cerrada, una piñata con fruta, cuetes repentinos y pleitos previsibles.
El barrio es el punto de partida de una historia entretejida: la de sus habitantes, sus descendientes, sus muertos y sus fantasmas.

Álvaro Carrillo cantó:

Entonces, el barrio ha de ver
cuando bese tu boca querida.
Aunque sea la última cosa
que yo haga en la vida.

Ahí, la privacidad es un lujo. Los vecinos son testigos y cómplices, origen y desenlace. El barrio es una sola unidad, como el panal de las abejas. Como el cielo o el limbo o la tierra prometida de la que todos quieren huir y nadie puede olivdar.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar