“Alta cultura”

 en Jorge Valencia Munguía


Jorge Valencia*

A los mexicanos nos gusta decir que nos gusta el ballet. Además del ballet, la “alta cultura”, que incluye ópera, obra plástica abstracta y “performance” impenetrable de artistas contraculturales.

A diferencia de Europa, en nuestro país se privilegian las necesidades primarias: entre éstas, los espectáculos de masas. El futbol y la lucha libre entran en la canasta básica lo mismo que las canciones de Vicente Fernández y las películas repetidas de Pedro Infante.

“El Cascanueces” nos resulta una tortura digna del Ministerio Público. De Chaikovski a Paquita la del Barrio, se consume más la música de banda y el cine de Rafael Inclán que la televisión abierta todavía difunde, donde el albur representa la poesía genital para la que todo mexicano bien nacido merece al menos una medalla de bronce.

¿Qué clase de países educan a sus niños para sentarse hora y media frente a mujeres y hombres parados en puntas, con licras de color anémico y al ritmo de una sinfonía interminable?

No el nuestro, donde Mascarita Sagrada saluda a sus fans con caracolitos y una mentada de madre y el respetable, por pura reciprocidad, agradece con silbidos y vasos desechables que derraman líquidos sospechosos sobre el héroe impostado cuya épica destila sudor por las axilas.

Nuestro oído musical no alcanza los bemoles. La estética nacional no admite la minucia, como lo demostraron Siqueiros, Orozco y Rivera. Todo es monumental y pretende la psicomotricidad gruesa.

Eso y que la televisión nos ha impuesto una concentración en abonos. La eternidad comienza después de quince minutos. Como no se trate de la selección contra Alemania en el Mundial, un partido de futbol sólo es soportable en compañía y con cervezas. Sobra quien se ofrezca a ir al Oxxo por cacahuates para llegar al tiempo de compensación y prepararse para visitar la Minerva o el Ángel de la Independencia. Ahí sí. La pasión por el futbol suscribe la burla. El trompetazo, la rima insultante, la alusión venérea…

Nada que valga la pena se aprecia a solas. Por eso la lectura es un hábito desprestigiado entre nosotros (para qué leer si un día se filmará la historia) y la música si no rompe los tímpanos, no es música. El mejor mariachi es el que se escucha en el siguiente municipio. Y se acompaña de balazos y de pirotecnia. “¡Ajúa!” significa que el emisor está alegre. La alegría justifica un cristalazo, el grito frenético, la obscenidad, la puñalada al compadre. Ningún mexicano contento se duerme temprano. Hay que pisar el acelerador, visitar otra cantina, vomitar en la banqueta, violar una buena costumbre.

El ballet representa todo lo que no somos. No existe más danza que el danzón. La plástica se reduce a la cirugía nasal. El arte consiste en atinarle al mingitorio con una copa de tequila en la mano y una bandera del América en la otra. “Ganamos, cabrones, tomen su ‘pas de bourrée’”.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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