“Ahorita”

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

A los mexicanos nos gusta la adrenalina. Nuestra habilidad organizacional incluye soluciones de último minuto que se justifican con argumentos elaborados a partir del sentido común y de la urgencia.
Nuestro “ahorita” goza de una subjetividad compartida que no requiere explicaciones ni reclamos. Representa una suspensión en el tiempo que dota a la expresión de una caducidad perpetua y una aplicabilidad bajo cualquier contexto.
“Ahorita voy”, decimos cuando no queremos ir, pero nuestra asistencia está sujeta al antojo momentáneo de un futuro posible pero no obligado. Quien lo escucha (el “ahorita”), sabe que no cuenta con promesa alguna e igual prescinde de la presencia del interlocutor. Pero podría ocurrir. La posibilidad depende de cierta forma del arbitrio. El azar es parte de nuestra identidad: las cosas nos pasan de manera fortuita; no dependen de la voluntad sino del devenir de las circunstancias. Somos navegantes sobre los lomos del tiempo.
La minimización es nuestro sello verbal (“tantito”, “poquito”, “rosita”…) que concede al adverbio “ahorita” una significación restringida: “ahora” es ya mismo; “ahorita”, en cambio, de aquí a cien años o nunca.
El sentido de nuestras palabras se exacerba o apacigua para desdecirnos como una forma del eufemismo. En vez de negar una invitación con la asertividad que ofrece la rudeza, decimos “sí” para querer expresar que “no”. Pero tampoco nos comprometemos. Hay un mensaje intermedio entre la afirmación y la negación que podría aplicar en un momento dado si los astros se alinean o si el apetito nos embarga. De manera que va más allá del eufemismo: se trata de una ambigüedad auténtica. No lo decimos sólo por quedar bien sino para postergar la decisión. No depende de nuestras ganas, sino de un capricho cósmico del que no somos responsables.
Aunque se utiliza en varios grupos hispanohablantes, entre nosotros adquiere un denominador de origen, como el tequila o el cine de ficheras. Se pronuncia como parte de nuestra genética; la adenda de nuestro himno nacional. Nuestro “ahorita” cobra una posición existencial: nos localiza en el tiempo y el espacio y nos permite extrovertir una preferencia: la de no incidir. La pasividad de nuestra condición opta por el contragolpe. Esperar la situación propicia. A ver si nos dan ganas.
No tiene que ver con la holgazanería sino con el terror al ridículo. Si algo odiamos es la inoportunidad y la imprudencia. “Como veo, doy”, decimos. “Ahorita” significa “existo, pero no quiero, no en este momento; después, quién sabe”. Nuestra ánima en categoría de fantasma.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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