Agüite

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Nuestra depresión es líquida. Tal vez por alusión a las lágrimas que lo manifiestan, estar triste entre nosotros se nombra con la palabra “agüitado”. No llegar a estado sólido, que es macizo y consistente. El agua, en cambio, es indefinida; adquiere la forma del vaso que la contiene. El que está agüitado está derretido sobre el sillón, consumido por la pesadumbre, definido por el tamaño del asiento y la textura del respaldo.
Sobran razones para estar agüitado. Basta con abrir los periódicos. O dar la mensualidad de la hipoteca.
Mientras que en otros países se sobrelleva la soledad con dignidad y entereza, nosotros nos ponemos chípiles. El realismo ruso se fincó en la depresión, comprensible en un pueblo acostumbrado a un paisaje gris y helado. Los veinte grados promedio de México solo justifican la tristeza como resultado de una traición pasional. José Alfredo Jiménez lo expresó prolijamente. O bien, como la consecuencia de una injusticia. En el país más corrupto del mundo, el respeto hacia los otros se vive desde la especulación y la anormalidad.
El agüitado se contrae. Aprieta las cejas. Niega el habla. Vierte sus pensamientos en la cubeta de sí mismo.
Es paradójico que la música que nos representa pretenda una exhibición de la intimidad. El mariachi difunde a trompetazos la infidelidad de la que el sujeto lírico es víctima. No es suficiente sufrir; el mexicano lo expresa con fuegos artificiales. Es indispensable que los demás se enteren de la desgracia. Así adquiere heroísmo. Nuestra vida tiene sentido sólo si alcanza una dimensión épica.
Por lo tanto, estar agüitado es el prolegómeno de una novela. “Que todo México se entere”, anunciaba un programa de la tele. El que está agüitado espera el azucaramiento de una cuchara amiga. De esta manera se nombra y define la congoja.
Herederos de una cultura conquistada y acuífera, el agüite mexicano es una emoción patrimonial y endémica, tan característica como los tacos o el mole. Tal vez así se explique nuestra condición política, económica, deportiva… Ser mexicano supone esa predisposición natural. El paso del jolgorio al agüite es un fenómeno tan natural como la noche y el día. Cuestión de tiempo.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • Manolo

    Agüite lo diluido. Sangre de atole. Café aguado Carácter ensimismado. Nada que celebrar. Derrota y fárrago. Mala costumbre de comida o amor insípido Los agachados de Rius. Aguados ante autoritarismos Tristeza como segunda piel. Agüite sería que ganaran las elecciones los de siempre. Los que nunca pierden y cuando pierden arrebatan. Agüite nacional la selección de fútbol y representativos olimpicos. Los únicos que no se agüitan son los paralimpicos. Son nuestro paradigma y reto

  • Ramón ETC

    Aunque no corresponda. El agüite mayor está en la inoperancia y estulticias del que preside la SEJ

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