Abuelas

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

para Agustina

Presas de un animal feroz, la muerte nos acecha detrás de la puerta. Todo termina. Nada escapa a su voracidad.
No existe camuflaje ni huida. Ni retraso ni engaño ni concesión alguna. Nos toca con sus dedos fríos y nos seduce con una sonrisa sincera.
Los viejos se mueren todos los días. Se mueren de agitación. De tanto aire y cúmulo de días. De gente que se ha ido y de otra que ha llegado, desconocida. Se mueren de cualquier cosa. De ganas y de frío. De soledad y de hastío. De puras ganas…
Las abuelas centenarias son árboles que prestan sombra. Tienen nidos de pájaros y tibieza entre sus ramas. Son emblema de supervivencia y de docilidad trágica. Son frágiles como alitas de mariposa y discretas como gotas de agua sobre la arena. Nadie las extraña hasta que se van. Hasta que se nota su cama vacía.
Las abuelas tienen el corazón forrado de nietos. Carne indiferente de su propia carne. Muecas que les quedan en las caras herederas. Las abuelas quieren desde una lejanía resignada. Abrazan con la fuerza de una tristeza crónica. Todos somos consecuencia de su afecto.
Se sientan en una ventana para significar el rumbo de las cosas. Y ahí se quedan. Miran bajo el glaucoma de días ocurridos que se repiten a toda hora. El pasado es su única consolación. Sólo las acaricia el sol de la tarde. Los gritos de la calle. Las escaleras sin nadie.
Su memoria es libro de escritura cifrada. Mensajes para sí mismas. Diálogo adentro. Voz para oídos propios, lesionados, hastiados. Se escuchan con la presencia. Con la cercanía silenciosa.
Una abuela centenaria es un cúmulo de ausencias. Tardes de andén. Anécdotas caminadas entre dos ciudades remotas. Fuego de adolescencia. Orfandad recurrente.
Las abuelas tiñen su pelo de un blanco ralo. Deforman sus manos. Joroban su espalda. Limitan sus pies de la cama al baño. En la piel de las abuelas hay un hombre enamorado, una hija que sobrevive, algún nieto ingrato.
Huelen a flores desconocidas. A linimento y noche húmeda.
Tienen un gato, un espíritu amigo, un televisor con volumen alto. Un libro en la cabecera dedicado por un familiar, una fotografía joven, un inventario de medicinas y dolencias.
Se quejan con persistencia. Confunden nombres. Refieren refranes oxidados e inoportunos.
Dios se sienta en su cama para mecerlas como un amigo ordinario al que ya no se le pide ningún favor.
Las abuelas esperan la muerte con impaciencia como un lugar mítico al que volverán. Ahí las aguarda un marido, un hermano, un yerno.
Las despedimos con lágrimas. Con temor original. Con el cariño de una consecuencia arcaica, de una vida que empieza a vivirse sin ellas. Ninguna abuela reprocha nada.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • Verónica Vázquez-Escalante

    Un lindo escrito, evocador y sentido. Además, empapado de verdad. Me felicito por haber tenido a mis dos abuelas y ahora, mi madre es una de ellas. Felicidades también porque esto habla de su buena cuna.

  • laura

    Hermoso, inculcare a mis niñas un gran amor por sus abuelas y abuelos, que no sientan que el tiempo que transcurre, es mera soledad!!

  • Jorge Lopez

    Como siempre tocayo, muy lindo tu retrato de las Abuelas, que talento tienes.

  • Nicandro Tavares Córdova

    Que hermosura de escritura mi querido Académico Jorge Alberto Valencias. Un fuerte abrazo.

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