¿Libertad de expresión o ser políticamente correcto?

 en Marco Antonio González

Marco Antonio González Villa*

Podrá parecer un tema banal o sin importancia, sin embargo, no es un tema sencillo, ¿cómo le podemos enseñar o hablar a niños y niñas sobre la pequeña línea que existe entre la libertad de expresión y ser políticamente correcto?, puede resultar sumamente confuso, de hecho, muchos adultos revelan con sus actos una dificultad para comprender las implicaciones que cada noción tiene.
La libertad de expresión es uno de los Derechos Humanos que garantiza la posibilidad de poder emitir opiniones e ideas sin sufrir represalias, censura o sanciones derivadas de lo que uno ha expresado. Obviamente esto no implica que uno pueda decir todo lo que se le ocurra, ya que todo derecho va de la mano de responsabilidades y obligaciones, por lo que hay limitaciones que no pueden pasarse por alto como podría ser difamar, ofender o agredir de manera directa, mediante discurso, a una persona. Lamentablemente, es evidente que, por conveniencia, no quisiera pensar uno que fuera por mala fe, en los medios de comunicación y en redes sociales observamos como muchas personas ejercen, por llamarlo así, su derecho a la libertad de expresión, pero omiten, tal vez olvidan, las limitaciones ya referidas.
En este sentido, dado el fomento que a últimas fechas se ha hecho por la tolerancia y el respeto por las diferencias entre los individuos, independientemente del origen de dichas diferencias, las palabras “políticamente correcto” precedidas por los términos ser, actuar o decir, se han vuelto una constante; la idea es no discriminar o burlarse de alguien por alguna condición o factor social, por lo que se ha vuelto también una limitante más para la libertad de expresión.
Viene aquí entonces la dificultad que me regresa a la pregunta de inicio ¿cómo educar a un menor para que sea políticamente correcto?, y la respuesta, aunque sencilla, implica una gran complejidad: requiere pensar en el otro.
Lo políticamente correcto nos ha mostrado y nos ha enseñado que las palabras que decimos o los actos que realizamos pueden lastimar la integridad de otra persona, aún sin haber tenido la intención de hacerlo. Por lo que podemos lastimar a alguien de manera involuntaria o sin premeditación; a todos nos ha pasado seguramente alguna vez. Por tal razón, es claro que el respeto y la valoración por el otro, promovidos tanto en la escuela, en la casa y en todos lados, representan prácticamente la única posibilidad.
Es, como había señalado, una complejidad, sobre todo porque no resulta sencillo enseñar y transmitir este tipo de valores. Sin embargo, como siempre decimos los docentes, no nos queda más que ser ejemplo y tratar de cambiar la vida de nuestros alumnos. Ayudaría que todos apoyaran en esta tarea, pero es claro que a muchos no les interesa la vida de los demás ni ser un ejemplo. Obviamente lo señalo así por mi derecho a expresarme libremente; sólo espero haber sido políticamente correcto.

*Maestro en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]

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